En una forma o en otra, la política nos envuelve por todas partes. Si uno no se mete con la política, la política se mete con uno. En la política vivimos, nos movemos y somos. Todo el impulso de protesta, todo el afán de justicia, que muchas veces lleva a los peores desmanes y a las sangrientas conmociones sociales, se calma y se torna en serena quietud, cuando se convierte en normas políticas de imperativo cumplimiento.
Las normas políticas en una “Constitución” son condensaciones de justicia, de libertad, de igualdad, de todos aquellos valores que el hombre, tras penoso esfuerzo, va conquistando para su vida civil y par su convivencia conciudadana. La revolución de hoy, será la legislación de mañana. A su vez esa legislación de mañana, será atacada por fuerzas revolucionarias que acabarán por convertirse a su turno, en nuevas legislaciones que concentrarán y conservarán lo que un día fue un pensamiento creador y liberador.
Jorge Mario Eastman Vélez, dedicó 25 de las 24 horas del día a la política. Fue una figura esclarecida del Eje cafetero y de Colombia. Impactaba bien su gallarda estampa. Tenía perfil procero y constitución fornida que anunciaba plenitud de vida, salud del cuerpo y vigor espiritual, frente levantada como para indicar la elevación de sus planteamientos, firmeza en el mirar, ademán acusador y un poderoso dominio personal.
Jorge Mario perdió batallas, pero ganó la guerra. La guerra de la dignidad y de la vida. Formó con Cecilia Robledo un hogar ejemplar y tuvo dos hijos -Jorge Mario, embajador, y Alejandro, ingeniero sobresaliente. Los Eastman en la historia nacional han actuado con la fuerza poderosa de una locomotora y el ímpetu incontenible de un jet. Martha Lucía y Gustavo, hermanos de Jorge Mario, han sido orgullo por sus grandes realizaciones cívicas. Como Kennedy no preguntan estos valores egregios, que puede hacer el país por uno, sino qué podemos hacer por la nación.
En el parlamento este amigo, si daba, ni pedía cuartel. Repetía la sentencia de los incas: “Doy para que des, hago para que hagas y todos para todos”.
En algunos de sus diez libros publicados ha repasado varios discursos. Pero no es lo mismo leer, que escuchar una importante oración parlamentaria. Para quien vio al tribuno jadeante, sus palabras escritas son letra muerta. Todo lo que era vida, movimiento, gesto colérico, grito herido ha desaparecido. La arenga yace por el suelo como algo apagado e inerte. ¿Dónde está el soplo que hacía vibrar sus ideas como hojas agitadas por una tormenta?... He ahí las palabras, pero ¿dónde está el gesto iracundo? He ahí la expresión impresa, pero ¿dónde está la mirada agresiva que condena?
He ahí el discurso, pero ¿dónde está la comedia de ese discurso? Víctor Hugo sostenía que en un buen discurso dominan dos fuerzas: la del pensador y la del comediante. Lo primero queda, lo segundo muere con el comediante.