Antes se hablaba de prensa amarilla para hacer referencia a las páginas en que se privilegiaba el sensacionalismo y se pellizcaba la objetividad, práctica más o menos corriente en los medios de comunicación, que buscan enganchar receptores y, simultáneamente, hacer coincidir la realidad con los intereses políticos y/o económicos del medio. Ahora, en vista de la cruda realidad, hoy nuestra prensa no es amarilla, sino roja, pues coincide con lo que se respira en la calle, campos, selvas y montañas. No es el reguero de tinta sangre de las fotos de los muertos que aparecían en primera página de El Bogotano y El Caleño a fines de los 70s (esa sí sensacionalista, que se lucraba con la sangre, el morbo y el dolor de la gente).
Ahora, las noticias de la prensa, desde la primera hasta la última página, relatan masacres, crímenes y hechos de las grandes mafias, organizaciones terroristas y bacrim y se engordan con los feminicidios, la violación y muerte de niños y, para rematar, con el accionar miserable de un parricida y fratricida llamado Jhonier Leal, quien no merece pena distinta de la muerte. Y el primer gran responsable de la violencia, se sabe, es el narcotráfico, que anda en jet, mientras que el único remedio posible, el glifosato, lo lleva el gobierno en alforjas a lomo de mula, porque ha sido reactivo y timorato en vez de proactivo en semejante tema, mientras se le acaba el tiempo.
Y la Defensoría del Pueblo acaba de emitir una alerta temprana sobre la ¡coexistencia de 67 organizaciones criminales en Santiago de Cali. Si esa ciudad está dividida en 22 comunas, entonces tendríamos tres estructuras por cada una, pero seguramente la mayoría tendrá sus cuarteles generales en los barrios del Oriente y la ladera, por Siloé. Y al alcalde Ospina solo se le ocurre pedir al presidente de la República “convocar un Consejo nacional de Seguridad”, como si no fuera todo de lo mismo, que emana de un personaje que es el punto débil por donde convergen todas las desgracias de orden público de una ciudad que no tiene autoridad ni ley; y su colega bogotana, del mismo corte e idéntico partido -por hacer populismo- no permite militarizar el Portal de Las Américas porque el problema, dice, lo arregla ella con diálogo. ¿Diálogo con unas estructuras criminales narcoterroristas disfrazadas de protestantes sociales, diálogo con el hampa? Para que funcione el diálogo, señores alcaldes, debe existir autoridad y credibilidad entre los actores y ustedes carecen de ambas.
Post-it. Parecía buen muchacho: buena pintura, inteligentón (no conozco matemático bruto), le lucían esas máscaras de cuando salía a espantar gente en las protestas estudiantiles y llegó al poder por la vía de equivocación de los paisas más despistados, que le creyeron su cuento y ahora, espantados, todos a una, como en Fuente Ovejuna, corren a revocarlo, antes de que acabe con la Ciudad de la Eterna Primavera hoy convertida, por desgracia, en una lánguida “Pinturita” de lo que era; pero esa tal “Pinturita” parece tener vocación de ser borrada de la pizarra política. Paisas, bogotanos y caleños habrán de comprender que, a la hora de votar, hay que meter el dedo, no las patas.