Alentado por la profusa discusión en los medios de comunicación capitalinos, y después de haberlo escuchado en múltiples ocasiones como Senador de la Comisión Quinta, que estudia los temas ambientales, quise ver por mis propios medios la famosa Reserva Van Der Hammen, y para tal efecto tomé la decisión de trasladarme hasta allí.
Debo decir que casi no encuentro el lugar al que así llaman. Después de ires y venires, de preguntar aquí y allá, un buen samaritano y por supuesto conocedor de la zona, me dijo, “usted está parado en ella”. Estupefacto miré al frente y solo vi la gran edificación de la Clínica Corpas y a los lados solo hallé tiendas, almacenes y cafeterías, entre otros establecimientos comerciales.
Grande fue mi desilusión. Cuando a uno le hablan de Reserva, lo que espera encontrar es al menos una gran extensión de tierra o cuerpos de agua donde se llene de goce el ver la naturaleza. Lo que uno quiere ver es un lugar paradisíaco, exuberante, lleno de fauna y flora. Nada de eso hay allí. A cambio, sólo encontré construcciones, bodegas, clínicas, colegios, almacenes, viviendas, algunos potreros y cultivos de flores, papa y hortalizas.
Frustrado regresé a casa dispuesto a averiguar porqué este asunto va pareciéndose cada vez más a una de las historias del realismo mágico de nuestro Nobel de Literatura Gabriel García Márquez.
Para empezar, la idea de la Reserva, es sólo eso, una idea. Una buena idea sin duda, pero nunca ejecutada, a pesar que su inspirador, el señor Van Der Hammen la planteó hace ya más de 20 años.
El buen amigo holandés propuso que se compraran por parte del Estado unas grandes extensiones de sabana ubicadas al norte de Bogotá, para que rodeando y protegiendo unos humedales existentes, e interviniendo en su reforestación con siembra de árboles nativos, con el paso del tiempo se fuera conformando el gran espacio verde que él imaginó.
¡Sin embargo, nada de eso ocurrió! Ninguna administración, ni siguiera de las populistas que demagógicamente se autodenominan, defensores de la ecología, compraron tan siquiera un solo metro de tierra para hacer realidad el sueño del señor Thomas.
Mientras tanto, a medida que pasaron los años y por ende las administraciones de muchos que hoy se rasgan las vestiduras, más viviendas se construyeron, más colegios e instituciones se establecieron (¿Formalmente?) en esos terrenos, en el ejercicio del legítimo derecho de sus dueños, pues nada, ni ley, ni Acuerdo u Ordenanza se los prohibía.
Y aunque en el año 2011 se hizo la declaratoria por parte de la Corporación Autónoma y en el 2014 se estableció su correspondiente Plan de Manejo, la anterior administración capitalina no adquirió una sola hectárea.
De modo que, a la fecha, resulta ser un nombre pomposo, para algo que de Reserva y ambiental, tiene muy poco. Veamos: de las 1395 hectáreas que inicialmente se limitó, se dijo que 634 serían para bosques y humedales. Hoy sólo hay 22 en esas condiciones.
Por eso, debe ser de buen recibo la propuesta que estudia la CAR, para que por fin se puedan adquirir predios y duplicar el área a establecer en bosques y humedales, que pasaría de 634 hectáreas como era la idea inicial, a 1.329 como propone la administración Peñalosa. Evidentemente, son mucho más que las 22 hectáreas que hoy existen con esa connotación.
Tan buena debe ser esa propuesta que entidades serias y responsables en temas ambientales como el Humboldt, Conservación Internacional, y el Consejo de Construcción Sostenible le han extendido su apoyo. O que una voz calificada como la de Martha Fajardo haya expresado su confianza en ella.
Ahora que está modificada y ampliada sustancialmente la idea de hacerla realidad, ojalá que no les vaya a dar por cambiarle su denominación. A fin de cuentas, y gracias a Dios, fue bautizada con el apellido del célebre ecologista Van Der Hammen y así debe permanecer. Porque si le hubiesen colocado el nombre, por ejemplo, Reserva Tocarruncho, hoy correría el riesgo de llamarse Springer. Y ahí si que no quedaría si quiera una de las 22 hectáreas que milagrosamente sobreviven. ¡Gracias señor Van Der Hammen!