Sabemos que aquello que sembramos es lo que recogemos. ¿Qué estamos sembrando? ¿Desde dónde? ¿Qué hemos recogido? ¿Podemos cambiar el cultivo?
Responder a estas preguntas nos ayuda a reorientar nuestra vida. Cuando sembramos algo solo en beneficio propio podemos llegar a disfrutar la cosecha, a enorgullecernos de nuestros éxitos individuales y a ensalzar nuestros egos. Lo que no alcanzamos a vislumbrar cuando sembramos solamente con la expectativa del beneficio propio es que no evolucionamos. Sí, podemos dar vueltas y vueltas, cada una más exitosa que la anterior, pero éxito no necesariamente es sinónimo de evolución.
La siembra exitosa desde el ego nos lleva a acumular más bienes materiales, a ser más reconocidos, a tener más poder, a conocer más. El quid del asunto es saber para qué esos éxitos, si son para estar solos en la cima, con lo cual no ampliamos la consciencia, o para compartir bienestar, con lo que hacemos un salto evolutivo, pues la evolución no es individual sino colectiva.
Cuando podemos acotar nuestros egos y logramos sembrar desde el alma conectada con la Divinidad, no necesariamente tenemos éxitos de postín, de esos que generan millones de seguidores por obra y gracia de piruetas de mercadotecnia y manejo de redes -aunque se dan excepciones que confirman la regla-, más sí conseguimos ensanchar nuestra capacidad de darnos cuenta de que en la cooperación, la solidaridad, la hermandad y la unidad radica nuestra posibilidad real de avanzar como humanidad. Sí, la siembra para todos posiblemente no dé frutos tan vistosos, pero con seguridad serán más permanentes.
Desde los egos sembramos perjuicios a los demás. Lo maravilloso es que podemos segar la cizaña, refrescar la tierra y plantar nuevas y sanas semillas. Si hemos hecho daño a otras personas, podemos pedir perdón y reparar; si nos hemos hecho daño a nosotros mismos, podemos recobrar nuestra consciencia con el Amor esencial, perdonarnos y transformarnos. Esa consciencia de estar en conexión permanente con lo Divino, como quiera que lo comprendamos, es el nuevo suelo fértil en el que las semillas de bondad, compasión, perdón, incondicionalidad y acción amorosa dan fruto.
Todo momento es propicio para revisar el cultivo, quitar la mala yerba, abonar la tierra con nuevas intenciones y sembrar hechos de amor. En realidad, no es relevante en este momento cuántas cosechas egoístas hemos generado ni cuántos frutos alejados del Amor hemos producido. Aquí y ahora, podemos pedir la guía divina para hacer nuevas siembras que nos permitan pasar del yo al nosotros, de la competencia a la cooperación, de la exclusión a la inclusión. Y si sembramos en la consciencia del amor, podemos soltar la expectativa sobre el resultado, pues la Luz tarde o temprano se revela.
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