La toma de Latinoamérica por el comunismo o el astutamente llamado Socialismo de Siglo XXI, es el resultado de una muy estudiada y efectiva estrategia, desarrollada pacientemente en la región durante décadas de sagaces maniobras políticas bien ejecutadas.
Desde la ocupación armada del poder de Fidel Castro, el 31 de diciembre de 1959, la cual ha causado más de seis décadas de sometimiento del pueblo cubano al régimen comunista, todos los intentos consecutivos del comunismo para tomarse otros países, por la vía de las armas, fueron dolorosos y sangrientos fracasos.
Murió el Che Guevara en su intento de implantar el comunismo en Bolivia, naufragó Sendero Luminoso en Perú, fracasaron los grupos narcogerrilleros en Colombia que solo lograron el poder cuando el presidente Juan Manuel Santos les ofreció toda clase de beneficios, inclusive senadurías, si deponían las armas, después de más de cinco décadas de conflicto, más de 250 mil muertos, un sin número de desaparecidos y millones de desplazados. Esto por mencionar algunos de los rotundos fracasos de las revoluciones armadas que Latinoamérica ha sobrevivido en las últimas décadas.
Esto llevó a los centros de pensamiento del comunismo, como son el Grupo de Sao Pablo y el Grupo de Puebla, apoyados por los países y partidos comunistas globales, a plantear y financiar estrategias nuevas, más eficiente para tomarse el continente.
Era claro que las revoluciones armadas eran un fracaso. La manera de destruir las democracias era desde la misma democracia, desde adentro del sistema, tomándose las instituciones, en cada país y creando apoyos en las internacionales. Había que infiltrar los juzgados, jueces y personal a todo nivel; las cortes, inclusive las supremas, comenzando por sus magistrados; la educación, desde la primaria hasta la universitaria, para poder “catequizar” con su doctrina a la juventud y, lo más importante, se debía utilizar el voto popular obtenido a cualquier costo: promesas, mentiras, trampas y dinero. Algo a lo que, desgraciadamente, el pueblo latinoamericano, sobre todo el más desamparado, ya estaba acostumbrado.
Tales planes estratégicos dieron excelente resultado a la izquierda recalcitrante del continente. Hoy, en Latinoamérica hay diez países gobernados por izquierdistas de todos los pelambres, entre ellos los más grandes de la región: Brasil, México, Argentina, Chile, Perú, Venezuela y Colombia además de: Bolivia, Nicaragua y Honduras. Unos ya están atornillados al poder, al estilo cubano como lo está Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua.
Sus promesas han sido acabar con la pobreza, la corrupción y la desigualdad, pero muchos de ellos han probado ser más corruptos que los gobiernos democráticos tradicionales que han reemplazado, como Maduro en Venezuela, Cristina Kirchner en Argentina, Ortega en Nicaragua o Castillo en Perú y Lula en Brasil.
Desgraciadamente, tampoco han avanzado en la eliminación de la pobreza. Según las cifras, hoy en México hay 10 millones de pobres más que cuando AMLO fue electo. El ingreso per cápita de los chilenos, que solían vivir en el país más pujante de Latinoamérica, se desplomó, lo mismo el de los argentinos y ni hablar de la miseria que plaga hoy a Venezuela y Nicaragua, después de 20 años de gobiernos totalitarios. Del gobierno del exguerrillero colombiano, la catástrofe ya se ve venir.
La toma comunista de Latinoamérica es una desastrosa realidad que apenas comienza, y las democracias parecen anestesiadas.