Una de las expresiones de una democracia sólida es la alternancia en el poder. Tras las elecciones locales del domingo, y el indiscutible triunfo de la izquierda, se pone a prueba la madurez de nuestro sistema político y la grandeza de nuestros gobernantes. En una democracia sana, no debe importar que el péndulo electoral se mueva de un lado a otro del espectro político, siempre y cuando se garantice estricto cumplimiento a las reglas del juego y el respeto al consenso político, al que Álvaro Gómez Hurtado solía llamar “acuerdo sobre lo fundamental”.
En un escenario normal, el triunfo de la izquierda no debe representar una amenaza ni al orden institucional, ni a sus críticos, ni al empresariado. Ganaron y ahora deben gobernar para todos, sin revanchas. La grandeza se mide en la victoria y, como nuevos gobernantes, deben demostrar su capacidad de buscar consensos, de mantenerse en el centro, al que apelaron para ganar, y de buscar transformaciones sociales sostenibles, desde lo institucional, sin afectar el crecimiento económico.
También tienen la obligación de mantener un sano entendimiento, disposición permanente a cooperar con el Gobierno Central, para sacar adelante los proyectos en beneficio de sus ciudades y departamentos. Una de las ventajas de la democracia es que quién pierde, ni lo pierde todo, ni quien gana, lo gana todo. La diferencia entre las elecciones nacionales frente a las locales, garantiza un equilibrio, una repartición democrática y equilibrada del poder político, que debe ser saludable, pero que supone un reto importante a nuestros gobernantes, que deben demostrar grandeza y capacidad de entendimiento para consolidar proyectos de Estado.
Si bien “en política no hay muertos”, el resultado del domingo debe llevar a profundas reflexiones. Hay un malestar generalizado en la sociedad contra los partidos y las instituciones, que en muchos casos tiene plena justificación, pero cuya solución no puede ser un salto al vacío. La izquierda ha logrado capitalizar ese descontento, llevándolo a las calles y a las urnas, no solo en Colombia, en Argentina ganó de nuevo el populismo y la corrupción, representada en la dupla de los Fernández.
Vamos a ver si la izquierda en Colombia es capaz de gobernar de manera coherente a su discurso, si esta vez logran sacudirse de la corrupción y la incapacidad administrativa, que ha caracterizado su forma de gobernar en el pasado. Vamos a ver si logran alejarse de la izquierda extrema que justificó y acudió a la violencia para llegar al poder. Vamos a ver si logran unir a la sociedad como lo han propuesto, y si son capaces de generar desarrollo, social y económico, sometidos al principio de legalidad, sin creer que ganar elecciones es recibir un cheque en blanco de los electores.
Ojalá nuestra democracia resulte ser lo suficientemente madura como para soportarlo, y nuestra izquierda resulte ser lo suficientemente responsable para gobernar técnicamente. Ojalá se consolide una oposición inteligente y también responsable. Ojalá, estas elecciones nos sirvan para pensar cómo hacer, para que las ideas de la libertad, calen mejor en los ciudadanos.