No había comenzado el gobierno y ya circulaban en las redes y medios de comunicación los ataques de los perdedores como un lamento por lo que pudo haber sido y no fue.
Otros nerviosos, dizque por la supuesta posibilidad de perder sus bienes y la obligación de aceptar que el país es diverso y que existe mucha pobreza entre sus habitantes.
Críticos que, por su incomprensión e intolerancia, también afirman de quien en una época fue guerrillero, que éste sigue pensando como tal, así sea ahora Presidente de la República.
Para quienes es el mismo muchacho de hace 30 años, como si el tiempo hubiese pasado en vano y no quien pidió perdón y se acogió en al acuerdo firmado el 9 de marzo de 1990 en Caloto, Cauca, entre el Estado y la guerrilla que resolvió deponer las armas en una negociación con el gobierno de Virgilio Barco, acto revestido de absoluta legalidad y esperanza de paz, con plenas garantías para quienes decidieron reinsertarse a la vida civil.
Exguerrillero hoy día tan ciudadano colombiano como cualquiera que actúe dentro del marco Constitucional y legal, tal como lo son igualmente Everth Bustamante, Rosemberg Pabón, Eduardo Chávez y el exvicepresidente Angelino Garzón del M19, algunos de ellos ahora del Centro Democrático; Carlos Franco y Darío Mejía del EP e incluso, Antonio Navarro Wolff, exministro de Estado, exalcalde de Pasto y político activo.
Gustavo Petro treinta años haciendo política y como si fuese poco, elegido con un resultado incuestionablemente mayoritario y avasallador por voluntad del pueblo que lo refrenda, no puede ser objeto, entonces, de los caprichos y terquedades de personajes lenguaraces que aún les cuesta trabajo entender que las reglas son esas y hay que acatarlas.
Todos queremos cambios, pero nadie quiere cambiar.
Y como si fuera poco, esos quejosos de oficio, también obsesionados con hacer aclaraciones incorrectas, caen en unas simplicidades mayúsculas por obvias, como la de que "hay que cambiar, siempre y cuando sea para mejorar"
Lógicamente, si lo que menos puede afirmarse es lo contrario. La calidad de los miembros que conforman el gabinete y el acierto de sus recientes decisiones así lo demuestran.
En este caso, no se trata de inexpertos compañeros de colegio, aprovechando la oportunidad de tener un amigo Presidente para ser nombrados, sino de profesionales competentes.
Así las cosas, los perdedores deben aceptar que el Presidente Petro ganó democráticamente a pesar de sus infames cuestionamientos para luego, paradójicamente, terminar votando en la segunda vuelta por Rodolfo Hernández, que en nada representaba el pensamiento y justificación crítica contenidos en sus ataques, ahora sin autoridad moral para seguir murmurando.
Lo que sucede es que el miedo al nuevo gobierno resultó de una campaña opositora con un falso imaginario construido por ellos mismos para intimidar ingenuos.
Irresponsabilidad si, la de Iván Duque, que antes de irse aumentó el salario de los congresistas a sabiendas de que el propósito de cambiar para mejorar era todo lo contrario. Y tantas otras malas decisiones tomadas durante su gobierno que por ahora es mejor ni recordar.