Lenguaje económico | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Junio de 2023

Quizás, el problema de la economía no sea que las cuentas no cuadran, sino los distorsionados o restrictivos significados sobre los cuales se construyó.

Primero, según la RAE, las acepciones de ‘Invertir’ incluyen “cambiar, sustituyéndolos por sus contrarios, la posición, el orden o el sentido de las cosas” (p.ej. invertir una tendencia); “emplear, gastar, colocar un caudal”, y “en una razón, intercambiar numerador y denominador”. Dos de tres resolverían la crisis actual, reformulando paradigmas. Además, las inversiones financieras son meramente especulativas (y ficticias). Literalmente, nos debemos invertir la dirección de la economía.

Segundo, el origen etimológico del término Economía hacía referencia a “la administración del hogar”. Actualmente, más que bienes escasos, esa pseudociencia se quedó sin ideas; y en la “casa común” sólo parecen caber los pocos privilegiados que concentran la riqueza, atentando contra todos los demás (Laudato si', vatican.va).

Tercero, la palabra Talento surge de una expresión griega que identificaba al platillo con el cual pesaban metales preciosos, que fungían como “moneda de cambio”; como unidad de medida, 1 talento equivalía a 20 kilos de “plata”.

Malversada, la asociación del talento a la “competencia” vocacional-laboral se vincula al Nuevo Testamento, gracias a las parábolas contenidas en los Evangelios de Lucas y Mateo, donde se “emprende” un viaje y hay “rendición de cuentas”, tras un préstamo ante el cual se miden los retornos. En suma, dicho talento no prometía un impacto inspirador sino lucrativo.

Cuarto, los romanos acuñaron el “salarium” pagando con sal, que era apreciada porque se usaba para conservar alimentos, detener hemorragias y desinfectar heridas. Hoy, los salarios de hambre, como la renta ciudadana o el mínimo, equivalen a “echarle la sal” y limitar las posibilidades de progreso a quienes los reciben.

Quinto, Diario para Estoicos invoca a Epícteto para hablar de El Precio de Aceptar Falsificaciones, y recuerda que “cuando las monedas eran mucho más rudimentarias, la gente tenía que invertir mucho tiempo para comprobar que eran auténticas […] Antes, era común que los comerciantes tuviesen la habilidad de verificar las monedas gracias al ruido que emitían […] Incluso, hoy en día, si alguien te da un billete […] lo frotarás con los dedos o lo mirarás a contraluz para verificar que no sea falso. Y todo esto, simplemente, por una moneda imaginaria; es decir, por un invento de la sociedad”.

Cuánto dinero malgastamos en investigaciones socioeconómicas sesgadas. Cuántos esfuerzos desperdiciamos en procesos de selección, usualmente fallidos, tratando de verificar apariencias. Y cuánto tiempo derrochamos en la vida, comprobando la pobre autenticidad de los presupuestos que prometían cambiarnos la vida, verbigracia “el sacrificio tiene recompensa”, y “tener mucho dinero te hace feliz”.

Ahora, la economía es una “casa de cambio”, que nos han salido cara. No ahorremos palabras para describir la realidad económica.