El nuevo liderazgo en los Estados Unidos se ha traducido en cambios visibles dentro y fuera de ese país. Luego del sentimiento de alivio inicial con la victoria de la fórmula Biden-Harris, y del cambio de agenda en muchos temas claves de interés general, hasta resulta posible percibir ahora un cierto optimismo.
No tener desde la cabeza del gobierno un discurso diario de egolatría y de odio, sino uno de responsabilidad y de humanidad en el que claramente vuelven a ser prioritarios el respeto de los principios fundantes del Estado de Derecho y la protección de los derechos humanos, ha generado, por supuesto, un efecto inmediato, al menos en los boletines oficiales.
El significativo avance de la campaña de vacunación de sus nacionales, la invitación a los turistas que puedan ir a obtenerla, y de paso a ayudar a reactivar la economía, que se ha acompañado del llamado a suspender temporalmente las patentes de las vacunas y de una sustancial donación de las mismas, marcan un cambio de prioridades y una visión muy diferente del papel de ese país a nivel internacional. Cambio ligado por supuesto a la imposibilidad de superar esta pandemia sin un compromiso solidario con el conjunto del planeta, pues mientras el virus corra sin control por cualquier lugar, los riesgos de mutación y de propagación de nuevas cepas harán interminable la tarea.
El balance del G7 en esta materia podría haber sido más ambicioso, pero el solo viraje de rumbo es de por sí una buena noticia que deberá obviamente confirmarse con el cumplimiento de las promesas hechas en ese encuentro de países ricos. En cualquier caso, muy distinto sería el escenario de haber continuado vigente la visión que privilegiaba exclusivamente los intereses nacionales de cada Estado y ninguna perspectiva se hubiera abierto para la búsqueda de una respuesta universal responsable frente a esta y a las pandemias del futuro.
Un cierto grado de confianza parece haberse restablecido después de varios años de incertidumbre y de desencuentros sobre principios elementales en las relaciones entre aliados naturales guiados por el ideario democrático y la economía de mercado.
En lo que nos toca directamente, los mensajes claros de la nueva administración norteamericana en favor de la paz en Colombia y del cumplimiento de los compromisos que ella comporta, así como del respeto de los derechos y libertades deberían generar también un cierto grado de optimismo.
Ojalá el discurso oficial en Colombia no persista en agendas del pasado que el país está en mora de superar. Al respecto, valdría la pena que el gobierno del presidente Duque se interrogue sobre si la razón de ser de las dificultades que aparentemente hoy encuentra en Washington, obedece simplemente a la manera de transmitir el mensaje, o si en realidad existe un problema con el contenido del mismo.
@wzcsg