Alcaldes y trancones
JUNTO con los muchos y graves problemas que tienen nuestras ciudades, salud, educación, seguridad, sobresale el de la movilidad. Con el crecimiento económico se requieren más vehículos para transportar un mayor número de bienes, con la mejora del nivel de vida, los ciudadanos requieren más vehículos para sus desplazamientos y recreación. Pensar de otra manera es contrario a la realidad. Nuestros burgomaestres han sido inferiores a la tarea y los embotellamientos se padecen hasta en las ciudades pequeñas. Naturalmente que los candidatos a alcaldes han sido interrogados sobre el problema, situación a la que sus antecesores, algunos ellos mismos, no pusieron el interés debido esperando que fuera resuelta posteriormente por otros, cuando hiciera crisis. La excusa de algunos ha sido populista, por ejemplo, en palabras de Peñalosa: “Las ciudades deben tomar la decisión explícita de restringir severamente el uso del automóvil, porque de otro modo se agrava la exclusión y la desigualdad”. “La inversión en infraestructura vial y su mantenimiento absorbe recursos que se podrían destinar a mejorar la vida de los ciudadanos más necesitados”. “Entre más lento el tráfico y más amplias las aceras, mejor es la calidad de vida de un sector”. “Tratar de resolver los embotellamientos de hora pico con más infraestructura vial no sólo es regresivo porque quita recursos a soluciones para los más pobres, sino que es inútil”. “Lo democrático sería más bien exigir andenes amplios y ciclorrutas en todas las vías”. (Por eso circula en camioneta de la que baja una bicicleta en cuanto ve periodistas). Olvidan que para el comercio el transporte terrestre es esencial y sus sobrecostos conllevan mayores precios de la papa y el tomate. El costo de los trancones, para ciudadanos y comercio, es elevadísimo según estudios en Estados Unidos (pero se quiere incrementarlos con peajes urbanos), sin mencionar el tiempo perdido y la tensión nerviosa.
Piensan nuestros alcaldes en el modelo de las ciudades europeas, con calles estrechas, buen transporte público y donde el incremento de vehículos no es tan grande como entre nosotros ya que casi todo el mundo dispone de uno.
Parece que, al fin, los candidatos se han dado cuenta de que hay que comenzar con un eficiente transporte público (van a construir el metro, prometen) y de que el “pico y placa” es odioso limitante de la calidad de vida. Llama la atención que para la solución no mencionen aspectos tan importantes como la racionalización del tránsito con eficiente sincronización de semáforos, adecuado control policivo (en una ciudad donde el civismo no es característica), campañas de educación de conductores (Mockus logró el respeto de las zebras), estacionamiento en lugares prohibidos (comenzando por los de los vehículos oficiales), reglamentación de descargues, prohibición efectiva de los vehículos a tracción animal, remoción de accidentes, etc. Ojalá que el nuevo alcalde deje de lado el populismo y base sus decisiones en objetivas consideraciones económicas.