LIONEL MORENO GUERRERO | El Nuevo Siglo
Viernes, 16 de Diciembre de 2011

 

Una renuncia útil

 

Alguno recuerdan que cuando el monje Thich Quang Duc se incineró en Saigón para protestar contra la persecución a los budistas, el hecho atrajo la atención mundial sobre el régimen de Diem y contribuyó a su caída pocos meses después. ¿En lugar de suicidarse, los sermones antigobiernistas de Duc hubieran sido más efectivos? Todas las proporciones guardadas, podríamos comparar este gesto con la renuncia del profesor Camilo Jiménez de su cátedra universitaria, decepcionado por las grandes insuficiencias de sus alumnos. Su dimisión ha suscitado un renovado interés sobre la preparación con que llegan a la universidad muchos jóvenes y se debate ahora sobre como mejorar esta situación. No puede tomarse ella como deserción y esperamos que muy pronto el profesor Jiménez esté nuevamente dirigiendo una cátedra. Su acto de desesperanza pasajera ha sido provechoso.

Es un hecho que la mayoría de los estudiantes llegan a la educación superior con muchas fallas básicas. Las principales de ellas son, a mi modo de ver: insuficiente cultura general; un vocabulario pobre; dificultad para expresar sus pensamientos, verbalmente o por escrito; gramática y ortografía terribles; poco o ningún deseo de investigación; incapacidad para tomar notas adecuadamente; incapacidad de comprensión de textos relativamente sencillos lo que se demuestra por la imposibilidad de resumirlo (la gota que desbordó la copa del profesor Jiménez) y de allí lo más grave, que si no los comprenden, no podrán aplicar a la vida real los conceptos que se trata de enseñar.

El mejoramiento de esta situación debería comenzar por el hogar, donde se inculcan las bases de una sociedad, pero, ciertamente, no tenemos la cultura oriental de una educación estricta, probablemente porque nuestro medio es menos difícil, lo que hace de las nuestras, familias menos exigentes. Aquí tenemos ya una deficiencia. A la educación primaria y secundaria corresponde la tarea básica de enseñar a los muchachos la ortografía, un vocabulario adecuado, lectura de textos básicos; esfuerzo de comprensión y conceptualización; ensayos obligatorios. Han sido inferiores a su misión, como lo demuestra nuestra baja clasificación internacional en las pruebas correspondientes. Pero si los flamantes universitarios llegan con las carencias anotadas, la universidad no puede dedicarse a lamentarlo. Debe transmitir a los colegios sus preocupaciones (sea mediante el Ministerio de Educación, sea directamente a ellos), pero, sobre todo, debe también tomar medidas para suplir las deficiencias de sus nuevos educandos. Este no es un problema colombiano exclusivamente y las universidades de muchos países se han visto confrontadas con él. Allí tenemos una buena fuente de experiencias. Primero, son necesarios exámenes de ingreso que detecten las falencias de las competencias necesarias para aprovechar las enseñanzas y luego, durante la carrera, diseñar programas especiales, obligatorios y opcionales, para reparar los vacíos. El mundo es cada día más competitivo y si no preparamos a nuestros jóvenes adecuadamente para este medio nos espera una desagradable sorpresa.