He recordado por estos días la cancioncilla aquella que se cantaba en la España medioeval cuando en las batallas de la reconquista resultaban derrotados los cristianos: “Llegaron los sarracenos y nos molieron a palos, que dios protege a los malos cuando son más que los buenos”.
¿Por qué recordar esta copla por estos días en Colombia?
Dos hechos me la han traído a la memoria: primero, el recibimiento apoteósico y estrambótico que se le rindió al controvertido “Ñoño Elías” en Sahagún. Y el segundo, la festiva manifestación que se le rindió al “Hombre Marlboro” con motivo de su inscripción irregular como candidato a la alcandía de Maicao. Irregular, pues la Constitución claramente prohíbe que quien haya sido condenado por los delitos por los que el hombre Marlboro fue sancionado pueda aspirar a ocupar cargos de elección popular. Aún si es financiador del hijo del ejecutivo.
Estos dos episodios -pero hay otros muchos- demuestran el grado de deterioro moral y ético al que estamos llegando. A varios sectores parece importarle un comino los antecedentes de quienes están aspirando a los cargos públicos. Lo importante es ganar a cualquier costo y cualquiera que sea el prontuario del candidato.
La feria de avales que estamos presenciando para las próximas elecciones de octubre parece prevalecer en muchos casos sobre la misma ética de los candidatos. Muchos partidos están feriando sus avales entre los mejores postores. Se han creado inclusive o revividos partidos únicamente para tener la capacidad de participar en el carrusel de avales.
Las elecciones de octubre deberían ser la ocasión para lo contrario: para demostrar que los malos no son más que los buenos; que la probidad sigue siendo mayoría; y que sí importan los buenos antecedentes para participar en la vida pública.
La delicada responsabilidad de otorgar avales debería ser supervisada con más rigor de como hoy se hace. El partido que a sabiendas de las condiciones inaceptables éticas o judiciales de un candidato lo avale debería perder su personería jurídica. Por lo menos.
En las elecciones que se avecinan han cobrado también inusitada importancia los llamados “clanes políticos”. Según un estudio reciente de la fundación “paz y reconciliación” los clanes controlan 18 gobernaciones y 104 alcaldías.
Para las próximas elecciones se inscribieron 128.105 candidatos que aspiran a los 20.509 cargos a proveer. Una gran cantidad de los avales que se otorgaron a los candidatos inscritos fueron otorgados por partidos o movimientos nuevos, que no participaron en las elecciones de 2019, pero que en esta ocasión avalaron 35.228 candidatos (informa el portal ORZA). Nacieron para avalar.
El país se juega mucho en las elecciones regionales de octubre. Quien ocupa una alcaldía o una gobernación, o quien resulta elegido concejal o diputado, es más importante para la vida concreta del ciudadano común y corriente que lo que suceda en los lejanos círculos del poder central.
No es coincidencia que en buena parte de los escándalos (no todos desde luego) que se han destapado últimamente, han resultado responsables elegidos locales. Ya sea como sobornantes o como sobornados. La lucha contra la corrupción no solo se libra en las altas oficinas bogotanas sino también en las de provincia.
Buena cantidad de los recursos presupuestales que irrigan la vida social y económica salen no solo de las arcas del gobierno central sino de las regionales. Si reclamamos más descentralización debemos igualmente exigir más pulcritud entre los elegidos locales.
Hay que subirle el tono moral de la política. Estamos llegando al punto de no retorno en el que nada parece sorprendernos ni tampoco indignarnos. Todavía sería tiempo para cambiar este péndulo de la decadencia ética.
Y la mejor manera de hacerlo sería avalar y elegir a los mejores en octubre. Para que el Dios de Colombia siga protegiendo a los buenos; y, además, para que estos sigan siendo la mayoría.