Es relativamente sencillo hablar de lo que nos divide. Basta con defender una idea -política, religiosa o de cualquier otra índole-, hacerlo movidos por las pasiones y apalancados en la interpretación que se tenga de la historia. Cada persona puede justificar en forma amplia y suficiente sus posturas ante la vida, al menos de boca para afuera y fijándose en lo externo. El candidato A se basa en la falsedad, el B tiene un pasado cuestionable, el C representa un peligro para las instituciones… súmele a ello la postura religiosa y tendrá una combinación explosiva por la defensa de un dios particular y todo lo que de él deriva en cuanto a modelos familiares, pedagógicos, económicos y sociales. Corren ríos de tinta, arroyos de memes y millones de bits, cada uno desde una arista de la realidad, y es fácil engancharse con los que representan lo que pensamos en determinado momento a la luz de nuestra experiencia. Lo difícil es ver más allá.
Los lazos familiares y de amistad, esos con los que tejemos en la cotidianidad la trama de la vida, son como los hilos de una telaraña: pueden ser más resistentes que el acero y estirarse más de un cincuenta por ciento de su longitud, a la vez que pueden ser destruidos por agentes externos como el pico afilado de un ave o una aspiradora casera. ¿Cómo son nuestras relaciones de afecto en tiempos de confrontación política? ¿Permiten que nos estiremos a escuchar los puntos de vista ajenos? ¿Somos capaces de abrirnos a la comprensión de otras visiones de mundo? ¿O nos sentimos atacados y respondemos atacando? ¿Permitimos que agentes externos terminen con nuestros vínculos, los naturales de familia o los construidos durante la vida, todos basados en el amor?
Cuando nos dejamos llevar por las pasiones terminamos ciegos y corremos el riesgo de romper lo que está llamado a ser fuerte pero que no por ello es indestructible. Claro que existen diferencias y tenemos derecho a expresarlas y a que se nos respete en ese ejercicio. Como la democracia es -con todas sus fallas estructurales y las fisuras generadas malintencionadamente- el sistema de gobierno que hemos adoptado se requiere respetar el debate y conservar la mesura para que los apasionamientos no jueguen en nuestra contra. Cuando el respeto por la diferencia y la calma se pierden sería interesante reconocer eso que nos une para que las redes no se rompan. ¡Y nos unen muchas vivencias! Ese momento de tensión es el justo para volver a lo concreto: la infancia compartida, los recuerdos de un viaje fantástico, el compartir el gusto por el helado, las tardes en la playa cantando con el arrullo de la brisa o las noches sobre el pasto contando las estrellas.
Preservemos las redes en lo micro, en nuestros entornos cercanos. Reconozcamos todo aquello que nos hermana, que más allá de la política nos hace uno: el amor de la familia o el de los amigos. Exaltemos lo que nos une.