En algún foro afirmaba: “La prensa es como el aire: nos rodea, nos asedia, está en todas partes y casi que resulta indispensable para vivir. Su facilidad arrastra a todo el mundo: niños, ancianos, cultos, ignorantes, mujeres y hombres. El libro seguramente es más perdurable, pero no ofrece la misma agilidad, comodidad y oportunidad.”
Cien años han transcurrido desde que irrumpió, con fuerza y pujanza, el prestigioso diario La Patria en Manizales. “Dios hizo al mundo y La Patria hizo, en gran parte, al gran Caldas”. Desde siempre ha sido un potente centro de irradiación cultural. La existencia de esta polémica tribuna del pensamiento ha sido un tormentoso torbellino de esfuerzos heroicos y de sacrificios memorables. Como política incluye todas las ideas libertarias y excluyen los sectarismos y fanatismos anarquizantes y destructores. Por la alta jerarquía mental y moral de este diario, Colombia conoció y admiró a sus fulgurantes hombres que tanto hicieron por la nación en los ámbitos intelectuales, sociales y económicos.
Nadie podría negar la trascendencia de estadistas y líderes como Gilberto Álzate Avendaño, Fernando Londoño y Londoño, Otto Morales, Silvio Villegas, Hernán Jaramillo Ocampo, Antonio Álvarez Restrepo, José Restrepo, Aquilino Villegas, Gilberto Arango Londoño, Bernardo Arias Trujillo y tantos más. Todos empezaron a librar batallas en La Patria.
La Patria ha estado presente con admirable protagonismo en mil asuntos apasionantes del “gran Caldas” y de Colombia. En la orientación del país ha sido vital la influencia de sus caudillos, difundida por este combativo órgano de opinión.
Cuando periódicos como La Patria, por razones ajenas a su voluntad, callan “su silencio grita”. Si la crítica constructiva despierta la ira de los gobernantes, complace hondamente a las multitudes. La prensa es la vocera de los que no tienen voz.
Hoy, más que nunca, la prensa tiene una enorme responsabilidad. El periódico, el humanista opinando en la TV y en la radio se han convertido en una de las principales fuentes de la cultura ciudadana. La prensa ha desalojado el libro. Este último es más lento, más elaborado y desde luego más trascendental, pero no dispone de la agilidad, rapidez y fascinación de los medios audiovisuales. La radio anuncia, la TV informa y el periódico documenta.
El verdadero trabajo del periodista, su esfuerzo no es escribir sino, sobre todo, y antes de todo, instruirse para escribir. El periodista auténtico es el que se siente capaz de dirigir la opinión ilustrada de un pueblo. ¿Cuáles son las armas del periodista? La pluma y la palabra. El periodista gana en dignidad, cuando se expresa en un mejor idioma. Quien tiene una buena cultura idiomática, tiene las llaves del éxito. La producción del periodista debe proporcionar el goce de entender y no el suplicio de adivinar. El periodista necesita un idioma jugoso, fresco, abundante, inteligible. La conciencia es el mejor juez del periodista. No existen derechos absolutos. Todos están limitados por los derechos de nuestros semejantes. La solidaridad social impone la ponderación, en todos los oficios y profesiones. El periodismo, como todo, es más una actividad de servicio, que de beneficio. Hay que triunfar con sobriedad y perder con dignidad. La solidaridad enriquece, el egoísmo esteriliza.