El debate presidencial colombiano ha estado lejos de los extremismos. La polarización que se denuncia ni es aguda ni es ajena a ese tipo de contiendas. Como ocurre en el mundo de hoy, las coincidencias en el Centro del espectro político se dan en torno a la eficiencia y capacidad del Estado para reducir las brechas sociales. Desde esa óptica, miremos a nuestros candidatos.
Iván Duque es un estadista moderno con gran conocimiento de los temas cruciales de la Colombia contemporánea. Sabe exponer sus programas tanto en los diálogos y foros académicos como en la plaza pública. Y tiene espuelas: “les propongo a mis adversarios que si dejan de decir mentiras sobre mí, yo dejo de decir verdades sobre ellos”, es un desafío aplaudido y coreado con vehemencia. ¡Olvídense! Duque no es la figura subalterna que pintan sus críticos. Tiene personalidad, garra y llega fácil a las masas: “menos impuestos, más empleo y más salario mínimo”, son temas que ya forman parte de la conversación habitual del nuestro pueblo. La Economía Naranja y la educación gratuita para los estratos 1 y 2 han despertado la imaginación de sus seguidores y se está formando una ola que puede ser incontenible. Mientras Uribe intenta crear partido, Duque intenta formar ciudadanos. Su fórmula, Marta Lucía Ramírez es, de lejos, la mejor. Carácter, experiencia, tenacidad, son virtudes que la adornan. Ambos, respiran salud moral.
Gustavo Petro propone un marxismo tropical tan caótico y confuso como lo fue su Alcaldía de Bogotá. Se ancla en las carencias de la gente y denuncia la corrupción que nos agobia. Su formación y su oratoria lo han consagrado como líder indiscutible de la izquierda colombiana. Siembra más amenazas que esperanzas. Le puede resultar caro la agresión compulsiva contra la propiedad privada. Amenazar con comprar tierras desde la Presidencia de la República se llama expropiación. ¡Y punto! Su vicepresidenta ni quita ni pone.
Sergio Fajardo representó una gran ilusión que se ha desvanecido por sus indefiniciones. El elector espera del candidato autoridad y claridad en las propuestas y Sergio elude el debate con sus monólogos de filósofo ingenuo. Pretender atravesar el campo de batalla con una flor en la mano no resulta en la lucha política. Hay que ensuciarse los zapatos, decía Maritain. Además, su inteligente vicepresidenta desagrada por los constantes y exagerados insultos.
Germán Vargas Lleras, por formación y temperamento, es el clásico hombre de derecha. Es, también, un estadista y un gerente exitoso. Parecía señalado para ocupar la Presidencia de la República hasta cuando los idus de un coscorrón, sus contradicciones sobre la paz y el clientelismo sin barreras de Cambio Radical, le restaron el favor popular que poseía al inicio de la batalla. Tiene fuerza, argumentos, resultados y recursos suficientes para intentar recuperar el banderín. El exministro Pinzón es un buen y respetable colombiano.
Humberto De la Calle parece un buen profesor sin alumnado. El Acuerdo de Paz es su arma y su talón de Aquiles. Perdió sus posibilidades cuando aceptó, en silencio medroso, la Justicia Transicional de Leiva y Santiago. También cuando corrió a firmar el acuerdo final con Márquez, después de la victoria del No. Desconocer la voluntad popular es un pecado difícil de perdonar en un demócrata ilustrado como Humberto De la Calle. El respaldo de la izquierda burocrática de Clara López ha sido irrelevante. ¿Habrá segunda vuelta?