Una prensa libre es un pilar fundamental de la democracia liberal. La libertad de expresión, el derecho de los ciudadanos a informarse, la necesidad de controlar el poder para evitar excesos, controlar a los gobernantes garantizando el principio de legalidad y el escrutinio público al que están sometidos, son funciones de una prensa libre. Buscar la verdad, informar de manera rigurosa, cuestionar, criticar, son mandatos inquebrantables de la labor del periodista.
Ese honrado oficio necesita ciertas garantías y libertades, protegerlo es un imperativo legal, moral y democrático. Cuando protegemos a un periodista o a un medio no es un beneficio, es una necesidad en defensa y garantía del derecho de los ciudadanos a ser informados, desde diversos puntos de vista, incluso, desde diferentes tendencias políticas e ideológicas.
Pero esa garantía, de la que gozan prensa y periodistas, también implica obligaciones y responsabilidades. La primera es la transparencia y la honestidad, nadie pretende “neutralidad valorativa” frente a los fenómenos sociales, políticos o económicos, todos estamos cargados de prejuicios, ideas y concepciones morales; pero sí pretendemos honestidad para que la posición sea clara y se ponga sobre la mesa, que se declaren públicamente los conflictos de intereses, que lo malo no es tenerlos sino esconderlos.
Pero nada resulta más cobarde y deshonesto que el activismo político que renuncia al debate público y/o a la sana competencia electoral, para esconderse detrás de la fachada del “periodismo independiente”. Políticos fanáticos que agitan las banderas de su odio sin atreverse a defender sin tapujos y sin máscaras su ideología. Se esconden en editoriales, en “investigaciones rigurosas”, abusan y manosean la libertad de expresión y la libertad de prensa para poder injuriar y calumniar sin consecuencias. No justifican sus acusaciones, siempre la atribuyen a una fuente reservada; no aceptan ser interpelados, ni cuestionados, cualquier crítica es un atentado contra la libertad de prensa y un hostigamiento a su labor periodística.
Señalan a manera de pregunta, crean tendencias para el linchamiento social, replican mentiras, poco les interesa la verdad, parecen más interesados en la venganza, en el aniquilamiento moral de su contradictor. Desde sus tribunas sagradas lapidan, señalan, incitan al odio, sus víctimas tienen que soportar en estricto silencio su matoneo, pero ellos son intocables.
Abusan de la sátira, la caricatura y el humor, para poder decirle, sin pruebas ni escrúpulos, asesinos, corruptos o mafiosos a sus adversarios. Es una forma muy sofisticada de censurar al contrario, de “asesinar” moralmente a quienes piensan distinto, pues son una amenaza a sus intereses políticos, económicos o ideológicos. Se quejan de la “polarización” y son muy efectivos responsabilizando a quienes defienden sus ideas de frente, con convicción, legítimamente, en medio del debate democrático y electoral.
No todos tenemos que pensar igual. Pero todos tenemos la obligación de dar un debate respetuoso, con altura y grandeza. A los adversarios hay que respetarlos, hay que buscar ganarles en franca lid, en el campo de las ideas, en las urnas. Mucho daño le hace a la democracia, a la libertad de prensa, al periodismo y a la política, la deshumanización del adversario y la criminalización de sus ideas. Eso no es periodismo, es una forma muy cobarde, precaria y baja de hacer política.