SIN duda, un termómetro bastante confiable de lo que pasa en una ciudad es lo que opinan sus taxistas. No en vano ellos recorren sus calles día y noche, por horas y horas, y se enteran de todo lo que ocurre en ellas, oyen las opiniones de sus pasajeros, nacionales y extranjeros y escuchan en la radio los noticiero y análisis políticos y culturales, mañana y tarde.
Me encanta hablar con ellos y ellas en todas partes, pero tengo que reconocer que encuentro fascinantes a los taxistas de Madrid, España. Por su cultura general y sus conceptos generalmente bien concebidos. Son capaces de opinar con sensatez y sin demasiado apasionamiento que llegue a ofender, sobre muchas cosas, por ejemplo, sobre política, generalmente el tema preferido.
Su conocimiento sobre la oferta gastronómica de la ciudad es impresionante, fácilmente se podría decir que se conocen la mayoría de los restaurantes, los costosos, los de moda, los que acaban de surgir y los tradicionales de siempre. Ellos son los mejores guías para dar con el mejor sitio de mariscos, cochinillo, cordero a la brasa o arroces; tampoco se quedan atrás hablando de los internacionales como son los japoneses especializados en sushi u otro tipo de comida oriental, tan de moda en Madrid por estos días.
En un viaje reciente, al preguntarle al taxista sobre dónde podría encontrar el mejor cocido madrileño, con desparpajo mencionó varios restaurantes, explicándonos las diferencias del cocido en cada uno de ellos; luego con mucha gracia nos dijo: “pero el mejor es el que se come donde Juana”. “Y ¿Dónde queda Juana?”, le preguntamos. “Pues en mi casa. Juana es mi mujer y hoy domingo lo prepara”. Y así, sin más, fuimos a su casa a comernos el mejor cocido imaginable.
Ahora que, si de teatro o zarzuela se trata, eso sí que los apasiona. Cuando uno da la dirección de un teatro, no solo saben dónde queda sino cual obra se está presentando y cómo ha sido calificada por él mismo y por los expertos. Si se trata de la zarzuela no es raro que terminen cantando algunos de los coros más famosos de alguna de ellas como Los Gavilanes, La del Soto del Parral, María Fernanda o la Leyenda del Beso.
En junio, encontrándome en la Feria del Libro de Madrid, tuve el gusto de conocer a Carlos Granés Maya, autor de Delirio Americano, con razón uno de los libros más comentados y vendidos en el momento. Para llegar a algún lugar tomamos un taxi y animadamente íbamos comentando algo sobre algún personaje de la historia cuando nuestro conductor nos interrumpió con sus propias opiniones, por cierto, bastante interesantes y apropiadas, aclarándonos que la historia era su pasión. Fue un momento de agradable camaradería.
En Madrid no es raro encontrar un taxista colombiano, con perfecto acento madrileño, que al oírlo a uno hablar cambia su acento por paisa, opita, o de algún lugar de nuestra patria. Muchos llegaron luego de la tragedia de Armero, en noviembre de 1985, hoy han hecho de España su hogar y se sienten contentos y tranquilos con su trabajo.
Admiro el orgullo que los taxistas madrileños expresan por su oficio. Con ellos uno se siente a gusto y seguro.