La rebelión indígena
La disputa es obvia, la tierra. Es un punto estratégico fundamental en la salida al Pacífico de las drogas.
Comunidades históricas como los Guambianos, Paez, Totoroe, Guanaca, Coconucos, Yanacona y los Nasa que habitan el Cauca han sido testigos diarios del cruento conflicto interno colombiano.
Cauca es el departamento con mayor alto porcentaje de población étnica. De hecho el 25% es indígena y otro 25% afrodescendiente. La etiqueta de etnia en este país tiene el sinónimo de llevar a cuestas la pobreza. Las poblaciones del Cauca no se caracterizan por tener el promedio del PIB per cápita del departamento que según el DANE, ronda los 3.500.000 pesos anuales.
Los indígenas han sido menospreciados en su esencia pura, su propia cosmogonía y particular relación con la madre tierra. Para ellos, el hombre blanco, es invasor, un “hermano menor” que cegado por la codicia del oro y la plata hace 500 años y por las riquezas modernas como los biocombustibles, petróleo, gas y el ferroníquel, no los han dejado vivir en paz.
El hombre blanco vestido como español hace cinco siglos y hoy como soldado, guerrillero, político o narcotraficante ha invadido sus territorios pretendiendo despojarlos de ellos. No en vano desde 1997 y hasta el 2011 el 3,4% de la población desplazada del país corresponde a etnias indígenas según la Acnur. Las comunidades del Cauca, como las de todo el país, han sido víctimas de las minas antipersona, la restricción a la movilidad en sus territorios, al acceso de alimentos, reclutamiento forzado de sus hijos/as y por supuesto la violencia sexual en contra de sus mujeres y niñas. Y, sin embargo, a pesar de la invasión después de 500 años siguen vivos. La clave de su sobrevivencia ha sido la capacidad de resistencia y adaptación. Resistieron la esclavitud, el mestizaje, la discriminación por el color de su piel, la evangelización, la inquisición y hoy día han venido resistiendo al deterioro de sus condiciones de vida y al conflicto armado.
Lo sucedido con la toma del Cerro de Berlín es una demostración más del cansancio de estos pueblos con las balas de la guerra. Es el momento de cambiar la historia. Al presidente Santos no le queda otro camino distinto que comunicarse con pueblos indígenas humillados por siglos y atender sus reclamos. Es obvio que ante la guerrilla no hay que ceder un centímetro del territorio, pero ante la población civil hay que hacer todo lo posible por protegerla no sólo de las balas, sino por sobre todo del hambre, el desempleo, las enfermedades y el analfabetismo.