Los maestros de música
“Trae a la vida de sus alumnos un asombro permanente”
ADMIRO profundamente a los maestros de música, especialmente a los que trabajan con niños; ellos enseñan mucho más que conocimientos musicales. La música trae a la vida de sus alumnos un asombro permanente, serenidad, orden, disciplina y alegría, más aún cuando estos pertenecen a familias de escasos recursos, o han sido víctimas de la violencia. La música puede hacer olvidar, así sea por unas horas, los horrores sufridos, las humillaciones, el hambre y la pobreza.
La música es un invaluable instrumento de paz. Hace unos años el gran pianista y director Daniel Barenboim creó escuelas musicales infantiles en Ramala, Palestina. Hoy dirige la orquesta del Diván Oeste-Este compuesta por jóvenes israelitas, árabes y palestinos quienes trabajan como una familia olvidando los conflictos políticos y armados que enfrentan sus naciones.
La poeta colombiana Ana Mercedes Vivas cuenta, en un artículo reciente, cómo la guerra silenció los tambores y los bailes en un municipio de San Onofre, Sucre.
Cuando la paz regresó al pueblo, sus gentes volvieron bailar. Habla de cómo la Fundación Colegio del Cuerpo pretende derrotar con el baile el silencio impuesto por la violencia y en unas horas transformar el cuerpo de una niña adolorida en pájaro.
Maestros de música, bandas municipales como la Sinfónica de Chía, pequeños coros, como el de la Fundación Ana Restrepo del Corral, en Bogotá, o grandes proyectos como el Proyecto Batuta Colombiano, generan milagros a diario.
Dos de estos milagros son Jimmy León, quien, sin importar su autismo, se inició como músico a los 6 años, y María del Pilar Jiménez, quien a los 7 años ya cantaba en el coro de la Casa Cultural de Chía; hoy son destacados estudiantes en la Universidad de los Andes, él de composición y voz, ella de flauta y dirección de coros.
Muchos han salido de estas escuelas a los escenarios del mundo. El prodigioso Gustavo Dudamel, quien comenzara en La Guaira, Venezuela, a estudiar música a los 4 años, hoy a sus 29 años, no sólo dirige la Orquesta Simón Bolívar, formada por los jóvenes más destacados de 210 orquestas juveniles venezolanas, sino que también dirige la Sinfónica de Gotemburgo y de la Filarmónica de Los Ángeles.
¡Qué placer es asistir a la presentación musical de los pequeños! Me gusta fijarme en el brillo de sus ojos, en la concentración y la importancia que le dan a su actuación. Cuando aceptan los aplausos hay un orgullo inmensurable en cada uno de ellos.
¿Quién enciende esta luz brillante en la vida de estos jóvenes y niños? Sin duda, su maestro o maestra, ya sea un gran compositor, como son Barenboim o Dudamel, o un vecino que enseña a los niños de su barrio a cantar.