María Clara Ospina | El Nuevo Siglo
Miércoles, 25 de Febrero de 2015

Tiempo de cobardía

 

Con horror vimos en la televisión la entrada a la alcaldía de Caracas de más de treinta hombres fuertemente armados para llevarse al mandatario de la capital venezolana, electo por una amplia mayoría de caraqueños, empujando y golpeando a quienes estuvieran en su camino, rompiendo vidrios y destruyendo muebles, sin que en ningún momento se hubiera mostrado una orden legal de arresto, sin ninguna cortesía por su rango, sin ningún intento de diálogo.

La violencia política que está ocurriendo en Venezuela es una opresión cobarde a las voces de los que se atreven a refutar las mentiras de Nicolás Maduro, de Diosdado Cabello, de un régimen que ya ha perdido toda apariencia de gobierno democrático -si es que en algún momento la tuvo- y que se desliza rápidamente hacia una dictadura totalitaria, con la suspensión de todas las libertades y derechos de sus ciudadanos.

La brutal detención del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, quien  fue sacado a golpes de su oficina, es una cobardía más de Maduro. Una muestra de la desesperación y miedo que sufre por su incapacidad de gobernar, de impedir el hundimiento de Venezuela.

El país se hunde en el desgobierno, la escasez, la inseguridad, la violencia y Maduro no tiene otra respuesta diferente a mentir, a inventar complots en su contra, inclusive virus imaginarios enviados por los yanquis para matarlo, a encarcelar a quienes se atreven a criticar su ineficiencia y denuncian la rampante corrupción de los hombres fuertes del chavismo.

Me pregunto ¿es qué Maduro sufre de una paranoia real, o todo es un engaño bien montado, un intento más de copiar el estilo delirante de Hugo Chávez, su padrino, su inventor?

¿Es esto democracia? ¿Es esto respeto por los derechos políticos de los venezolanos? Lo que hemos visto en Venezuela es una flagrante violación de los derechos humanos, un intento de amordazar y aterrorizar a la oposición, un enterramiento de la verdad.

Se ha cumplido un año del encarcelamiento del líder de la oposición Leopoldo López, de la golpiza y destitución de la diputada Maria Corina Machado, y las democracias latinoamericanas no dicen nada.

Las cárceles se llenan de prisioneros políticos y solo se oye el silencio. El secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, se hace el ciego, mudo y sordo. Igual sucede con el presidente de Unasur, el expresidente colombiano Ernesto Samper. Naturalmente nada se puede esperar de la Celac.

¿Cuál ha sido la respuesta de las democracias vecinas, Colombia, Ecuador, Brasil, Bolivia, el resto de Latinoamérica? ¡La cobardía! El silencio. O débiles “sugerencias” para que haya diálogo, como la que hizo Juan Manuel Santos. Tan débil que Maduro le agradeció que hablara como su “amigo”.

 ¡Qué vergüenza! ¿Por qué callan estos supuestos demócratas ante la catástrofe venezolana?

Nadie debe callar, ni aun los que se consideran adalides del socialismo del siglo XXI, como Rafael Correa, Dilma Rousseff y Evo Morales. Acaso no se dan cuenta de que con el hundimiento de Venezuela se hunden sus ideas revolucionarias. Ellos deberían ser los primeros en denunciar la incapacidad de Maduro. Qué falta de inteligencia. Es tiempo de cobardía en Latinoamérica. ¡Bien caro nos ha de costar!