A propósito del perdón
A propósito del perdón ordenado por el Poder Judicial y al margen de las discusiones jurídicas que esto ha desatado, y ante la imposibilidad de resucitar muertos o recuperar desaparecidos de ese trágico hecho y menos aún de que delincuentes o el Estado asuman una postura confesional, sería mágico que el Ejército actual, en representación del que operaba hace 27 años; Belisario Betancur, como Jefe máximo de las Fuerzas Armadas en esa época; el mismo Plazas Vega y, por qué no, los pocos representantes del M-19 que hoy son una cara visible en la Administración Pública, en un acto de valor político se hincaran todos en el centro de la Plaza de Bolívar frente a la estatua de nuestro Libertador, enmarcado por la Catedral Primada, Congreso, Alcaldía y Corte, de cara a los familiares de las víctimas y del mundo y de manera unánime clamaran el perdón político que todos necesitamos escuchar para que, al tomar conciencia del horror del pasado, las víctimas a futuro puedan purgar su dolor al recibir aunque sea esta forma de reconocimiento. Cuando se pide perdón, y más de esta magnitud política y social que se propone, en la víctima se diluye la pena, en el responsable se aquieta su conciencia y en el pueblo se respiran aires de libertad, de democracia y de reconciliación nacional.
En la guerra se ha puesto el alma de los autores del conflicto, ahora hace falta la fuerza del corazón de todos para poner fin a las hostilidades. Gobernantes, políticos, jueces, soldados, trabajadores, estudiantes, todos unidos en el más grande propósito de redimir, olvidar y reconstruir. La filosofa Arendt estima que “el perdón y el castigo, tienen en común el intentar poner fin a un mal que se perpetuaría indefinidamente”, o como diría el ensayista Lino Latella Calderón: “No cabe duda de que el perdón es una facultad capaz de engendrar libertad al romper las cadenas que atan tanto al agente a su acto como a las víctimas a su dolor y resentimiento. Quien perdona, la víctima o sus allegados, o quienes fueron afectados por el mal, inicia todo de nuevo y prepara el terreno para el amor. Así, mientras la venganza mantiene a los individuos prisioneros de la cascada de procesos en que se convierte cualquier acción humana, el perdón los libera, permitiéndoles comenzar de nuevo, al romper la cadena de causas y efectos”.
Pedir perdón tiene un valor inigualable y más aún a nombre de otros; no habiendo sido el protagonista directo de la masacre, en nombre de su pueblo y por su pueblo avalar el acto de perdón es grandeza política, además de una eficaz contribución a la transformación de nuestra sociedad violenta. Con el perdón se llenaría de vitalidad esta patria enferma y se haría fértil un terreno para la construcción de esa nueva Nación. El Presidente con su posición desaprovecha esa maravillosa oportunidad de mediar y hacer historia, desvanecer errores propios y ajenos, ratificar a sus electores que es un pacifista radical, movido sólo por el beneficio social y que es un verdadero cristiano capaz de interpretar y apoyar el lenguaje religioso, del perdón, la contrición y la rectificación humana.
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