La atipicidad colombiana
Colombia se mantiene atípica. Tiene en la Presidencia a un líder cuando Europa y Estados Unidos están huérfanos de liderazgo.
Mantenemos buenas relaciones con Washington cuando la mitad de Suramérica se aleja de esa antigua alianza demolida por la estulticia de George Bush junior. El gobierno tranquilo, sin la vocinglería matona del anterior, logra mantener un clima social sostenido sobre el explosivo volcán de la tercera economía más concentrada del mundo. ¿Y quién nota el volcán? Mientras el despertar de la primavera se expande incluso en Israel. El liderazgo de abajo hacia arriba se expresa por la red y saca de su modorra a los estadounidenses, a los ingleses, a los españoles. De una forma que no se había visto desde el movimiento estudiantil del año 68. Aquí la lucha social ni se nota. El sindicalismo no cubre ni al cinco por ciento de los trabajadores. La protesta estudiantil contra la privatización entró en receso al retirarse el proyecto. Y la ministra que lo impulsó simplemente entró a una suerte de umbral limbático en el que la prudencia es la mejor cara del coraje.
En la red llegan de Estados Unidos, de Europa y del Medio Oriente, misivas políticas, protestas, instrucciones de cómo defenderse de la policía en las marchas contra la voracidad financiera y las corporaciones. En cambio de Colombia llegan más cavilaciones metafísicas, místicas, o simplemente frivolidad, farándula y análisis técnicos. Estamos, por ahora, fuera de onda.
Mientras es posible que se desinfle la re-elección de Obama, aquí la re-elección pasó de norma constitucional restrictiva a capricho taxativo del Presidente de turno. Ese esguince a la institucionalidad se debe al anterior gobierno cuyo dolor de patria se asiló en Panamá.
El cuadro político mundial ha cambiado gracias a una tecnología instantánea, cuyo precio ignoramos pero de un valor humano inestimable. Aquí esa tecnología no atiza el volcán social sobre el que hacemos la siesta.
Se estrella el helicóptero de uso del Presidente, manes de Pedro Juan Moreno, y la noticia no genera pánico. Pero las diferencias se ventilan en las Cortes. Y este semestre se deben aclarar varias.
Vivimos un país atípico. Algunos observadores extranjeros opinan que los colombianos somos sofisticados. Talvez algo en el humor, en la caricatura. También en las instituciones. Hemos tenido simultáneamente un alcalde matemático que andaba en cicla y un Presidente preurbano caballista. La justicia inoperante con juicios civiles que duran treinta años, sin embargo, nos salvó de una tiranía vitalicia. Vivimos en un bello pais sobre un volcán y nos gusta ser atípicos.