Siempre he leído con respeto, provecho y admiración, al destacado y valioso jesuita P. Alberto Parra. Su versación es maravillosa. A pesar de lo expresado, tengo poderosas razones para discrepar académicamente, de la satanización que hace del capitalismo económico en El Tiempo 12-7-21. No solo este sistema adolece de graves aberraciones, todas las doctrinas políticas y las mismas organizaciones religiosas, sufren deficiencias lamentables. Nada de lo humano es absolutamente perfecto.
En el campo del capitalismo los hay feroces e inhumanos, pero también filantrópicos y equilibrados. Por eso en nuestra Constitución se establece con fortaleza el “intervencionismo de Estado”. Bolívar, Churchill, Adenauer, sostenían, siguiendo a Aristóteles, que la democracia con todas sus fallas, era el sistema político menos “malo”, para gobernar a los pueblos. Churchill en frase luminosa explicó: “La democracia se inventó no para que los pueblos vayan al cielo, sino para evitar que vayan al infierno”.
Las grandes injusticias y esto lo sabe muy bien el P. Alberto Parra, parte de un hecho incontrovertible: “La igualdad entre desiguales conduce a las más irritantes injusticias”. La democracia es una misma posibilidad, pero no una misma realidad. El totalitarismo, tanto de izquierda, como de derecha, se entromete de una manera disolvente en todos los campos de la vida social, sobre toda en la económica. Ataca el capitalismo privado, para entronizar el “capitalismo de Estado”. El populista Chávez persiguió a los ricos de Venezuela y logró arruinar a uno de los países más ricos de América.
El totalitarismo se cree autorizado para invadir todos los sectores de un país. No hay razonables esferas de derecho para las personas, así sean humildes o poderosas. Ni lo más íntimo escapa al control de los autócratas de todos los partidos. (Recordemos a Allende y a Pinochet en Chile). Es doctrina del totalitarismo lo que sigue: “nada contra el Estado, nada fuera del Estado, todo dentro del Estado”.
El exconstituyente Dr. Álvaro Echeverri, en el foro que organizó la Academia de Jurisprudencia que preside Augusto Trujillo, sobre los 30 años de nuestra Constitución, comentó ampliamente los conceptos del P. Alberto Parra. Hubiera sido iluminante conocer el pro y el contra de estas apreciaciones. Aunque la crítica al capitalismo (salvaje) puede tener algún valor, el problema está en nuestros gobernantes que están facultados para frenar excesos.
El poder englobante de los totalitarismos antidemocráticos, son insoportables. Los excesos en nuestra democracia se pueden solucionar con impuestos progresivos elevados a los ambiciosos, y también subsidiando a los menos favorecidos en el terreno económico, como lo hace en EE.UU., Francia y otras naciones. Los gobiernos monocráticos, dominados por una sola corriente ideológica o para ideológica, son detestables. Atentan contra la dignidad humana, la libertad y todos los valores de la civilización.
Casi todos los gobernantes antidemocráticos, so pretexto de imponer la “justicia social”, eliminan el sistema electoral, los derechos fundamentales del ciudadano, acuden a la violencia como método de lucha política, hablan de un partido único, implantan una disciplina vertical, por medio de agremiaciones divididas y suprimen el parlamento o lo tornan sumiso y doméstico.