Mi elección hoy | El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Febrero de 2018

Las víctimas, en todo el mundo, están recuperando su voz.  La historia de la humanidad es una larga cadena de victimarios y víctimas, de acciones que se han cometido cuando la consciencia cede y emergen las sombras de placer, deseo, lujuria, ansias de dominación, anhelos de poder o simplemente hambre.  Estamos todavía aprendiendo a ser humanos, un aprendizaje arduo si tenemos en cuenta que nuestros rasgos de animalidad son tan grandes que compartimos el 98% del ADN con los primates superiores.  En resumen, en el desarrollo de la consciencia seguimos siendo chiquitos.

Hemos sido víctimas de todo tipo de situaciones: maltrato físico por alguno de los padres o los dos; abandono; múltiples violencias que aquejan a nuestras sociedades; acoso laboral y sexual; abuso sexual…  Cada ser humano tiene, en su propia historia o en la de sus ancestros -que termina siendo también su propia historia- algún relato de cómo las agresiones de otros han tocado sus vidas.  Otros, que pueden ser una persona conocida, incluso de la misma familia; una pandilla o banda delincuencial más grande; uno o varios grupos armados, oficiales o al margen de la ley; o un victimario anónimo como el que me correspondió a mí en un caso de abuso sexual infantil.  Por supuesto, toda agresión deja secuelas, en cada persona de maneras diferentes, sin que podamos entrar a juzgar qué dolor es más grande, qué herida es más profunda.  Lo interesante es que podemos decidir qué hacer con esas huellas.

La pregunta más recurrente es: ¿por qué a mí? En verdad es desconcertante no saber por qué nos tuvimos que ganar ese baloto existencial.  Nos podemos enredar buscando esa respuesta, que nos mantiene en el pasado, en causas que probablemente nunca sabremos.  Podemos también seguir revictimizándonos en nuestro discurso mental, alimentando dolores, iras, miedos, sufrimientos, por un hecho que no podemos cambiar.  O podemos hacer de cuenta que no ocurrió nada.  Pero sí pasó, es parte de nuestra historia.  También podemos abrir otras opciones vitales, cambiando la pregunta: ¿para qué me ocurrió eso a mí? Al encontrar esta respuesta nos salimos de la cárcel del pasado y permitimos que emerja el propósito de eso que vivimos.  Todo tiene un sentido y hallarlo es verdaderamente liberador.

Sanar no es asunto fácil, para cada persona implica un grado diferente de dificultad. Conlleva encontrar apoyo emocional y hacer la tarea, en medio de subidas y bajadas. Explorar el sentido de la agresión de la que se fue víctima es, por supuesto, una elección a la que nadie está obligado.  En lo personal me ha ayudado mucho ir construyendo, poco a poco, ese sentido y darle una aplicación concreta en la vida.  Quitarse de la frente la V de víctima, más allá del castigo o no al victimario, es posible.  Es una opción que tenemos para ir resolviendo la vida: integrar la sombra, soltar el pasado y vivir en presente, en paz con lo sucedido, para poder decir algún día: fui víctima, elijo no serlo hoy.