Esta semana en uno de los tantos kilómetros recorridos recogiendo firmas y conversando con alguien acerca de los sueños y los imposibles me dijo: - “hace diez años le pregunté a mi esposa que si estaba preparada para ser la primera dama de la ciudad, y ¿sabes qué he hecho al respecto?, nada”.
Le sonreí. Me dijo con complicidad “tú estás haciendo que suceda”.
Cuando camino de una esquina a otra entre esta caótica, fantástica y bipolar Bogotá me pregunto y sorprendo a la vez por la energía y motivación en mi interior que me hace sentir estas ganas de construir el sueño de gobernar a Bogotá.
¡Pero claro que sé que no me conoce nadie! Y mientras lo escribo, sonrío, porque soy consciente de los poderes tan poderosos y los intereses tan complejos que están en juego en las elecciones políticas de un país tan polarizado, violento y desesperanzado como Colombia.
El problema es que esos poderes e intereses están relacionados con un pequeño grupo de personas que se han auto-asignado el derecho de perpetuarse en el poder político y sacar provecho para beneficio propio.
El propósito que me acompaña no es otro que el interés de trabajar con honestidad y eficiencia para hacer un gobierno que sea justo y le asigne las inversiones públicas a las comunidades que más lo necesitan y sé que todos decimos lo mismo. Solo que cuando tuve la oportunidad de administrar una de las entidades más grandes de este país demostré que ese era mi interés y por eso, lo hice tan bien.
Y así, sin darme cuenta ya van cinco meses y mil kilómetros caminados en los que he hablado más de 10 horas diarias con desconocidos a los que les cuento quién soy, de dónde aparecí y qué es lo que quiero para nuestra ciudad.
He llegado a rincones hermosos, visto atardeceres desde el mejor mirador de la ciudad (que son las escaleras que llevan a la Universidad Distrital arriba por la circunvalar), almorzado por seis mil pesos (y a veces hasta por menos) unos fríjoles buenísimos cerca al 20 de Julio, una comida china de verdad, verdad llegando a Patio Bonito, he llegado al límite en San Cristóbal cuando la montaña ya no deja que siga subiendo la ciudad y hasta el río en Suba donde su cauce no la deja que pasar. He visto el árbol más lindo de la ciudad según su cuidador, una veranera hermosa morada en Puente Aranda y un restaurante divertidísimo adornado con el Mundo Marvel en el Barrio el Restrepo. He caminado esta ciudad y me he comprometido con presentar las firmas que le he pedido a la gente. Y lo voy a cumplir. Lo mío no es la politiquería ni mucho menos el clientelismo. Este propósito no tiene otra motivación que la de ofrecerle a mi ciudad mis capacidades, mi conocimiento y experiencia pero sobre todo, las ganas que hacen que todas las mañanas cuando me levanto, sienta en mi corazón que para cambiar el mundo, solo hace falta querer hacerlo.