Habiendo tantos asuntos sobre los cuales sostener un agradable y constructivo intercambio de opiniones, nos hemos vuelto monotemáticos.
Obviamente, el problema de la pandemia es caso aparte, pero por muchas razones, la controversia política sigue siendo predilecta.
A diario no ha de faltar la polémica acalorada; y si ello sucede, es porque algunos políticos han alcanzado su propósito de promover la discordia entre la gente, en su nombre. Si, en nombre de ellos, los jefes políticos.
Y ciertamente, muchos idiotas les siguen la corriente por satisfacción personal, o en busca de una oportunidad laboral, poder, un favor, fama o dinero.
Es una forma oportunista de servirse y no de servir.
Otros, sin dignidad y para tratar de escalar posiciones manifiestan tercamente su interesada solidaridad.
Más grave aún es que el común de la gente caiga en la trampa y termine haciéndoles el juego.
En la dinámica de una verdadera democracia tiene cabida la libertad de expresión y con ella el derecho al disenso.
Pero es que no solo es suficiente pensar de manera diferente, para ser considerado un enemigo; y luego, sin ninguna consideración, resultar encasillado en alguna militancia o grupo político, así no pertenezca a ninguno. Se le atropella y se le estigmatiza con rabia. Pasión a la que se agrega odio, palabras de grueso calibre para humillar y someter al contrario, y hasta conducirlo a la afrenta pública para dominarlo y derrotarlo.
Distinto si fuese un análisis constructivo que contribuyera a la convivencia.
Hoy día, en la familia, el trabajo y las reuniones sociales, todo pareciera estar relacionado con la política.
Hasta el tema del Covid-19 no se ha librado de asignársele ribetes políticos relacionados con su origen, diseminación y control.
Es el caso de Álvaro Vargas Llosa, primogénito del premio nobel de literatura en el ABC de Madrid se preguntó si el virus era de izquierda o derecha, y luego optó por calificarlo como "ideológica y tercamente ambidextro.…" O sea, igual para las dos condiciones.
Hoy día, también a través de las redes sociales se plantean variados escenarios para el debate; así mismo, localmente como condición de la democracia participativa, aquella que se define como la mayor participación de la ciudadanía en la toma de las decisiones políticas, diferente a la Democracia representativa que existía en Colombia desde antes de la reforma Constitucional de 1991.
¿Entonces, por qué no se presentan argumentos para darle valor agregado a los temas de debate?
En redes sociales es común percibir resentimientos, rencores, sumados al uso de adjetivos despectivos, la ironía y el desprecio. Mensajes irreverentes y tóxicos. Señalamientos graves e ignominiosos.
Situación que al decir de unos, refleja el pulso entre los privilegiados y los desposeídos, de aquellos que lo tienen todo pero quieren más y los que piden algo porque tienen poco o no tienen nada. Quienes por desasosiego recurren a exteriorizar su malestar de manera contestaria y revanchista.
Por supuesto, ante esta realidad, la institucionalidad tiene un papel muy importante por cumplir, pero lo doloroso es que esta también se ha deteriorado plenamente. Es una verdadera vergüenza.