MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Febrero de 2013

“Medellinizarse”

 

Estamos  en una época muy exigente sobre la manera de expresarse, en especial en cuanto generalizar calificativos cuando llevan un sentido peyorativo. Hace años p.e. hablar de “negros” con algún desdén no llevaba a protestas o “pérdida de investidura” de quien tuviera alguna representación cívica o política, por expresiones de ese estilo. Hoy por hoy, y con razón por las manifiestas calidades que hay en las gentes de color,  es preciso cuidarse mucho en el hablar. Hay, además, el reclamo bíblico de no diferenciar a los humanos (Gal. 3,28), algo expresado, también, en un canto religioso cuando manifiesta que a Dios “no importa la raza ni el color de la piel”. Ojalá estos justos reclamos lleven a exigir no tanto detalles externos pero sí una rotunda exigencia de limpieza de espíritu, que esa es la que cuenta, y no tengamos tan reiterada corrupción en personas de todo color.

Lo anterior, a propósito de que alguien resaltara algún aspecto negativo, como el de las “bandas juveniles delincuenciales”, señalando el hecho  como algo marcadamente propio de Medellín. Lamentablemente es hecho notorio en esa ciudad, pero contra lo cual se lucha a brazo partido, y es injusto, realmente, popularizar el nombre respetable de la ciudad bajo ese aspecto negativo.  Hubo enérgica protesta, con la justísima advertencia de que habiendo tantos aspectos positivos para destacar en esa ilustre urbe, era afrentoso crear con su nombre un verbo como signo de algo delincuencial. Son tantos, de verdad, los títulos de honor que tiene la “Capital de  la Montaña” que, al hablar de “medellinizar”,es en este positivo sentido, y no en el negativo, en lo que dentro y fuera del país se ha de evocar esa ilustre ciudad.

No porque tantos tengamos algún nexo familiar con sus gentes, sino ante indiscutibles hechos, es preciso hacer eco a los justamente dolidos por generalización tan desdeñosa que se ha hecho. No es posible opacar la inmensa contribución de la raza antioqueña, cuyo símbolo de gloria es su capital, al engrandecimiento de Colombia en lo económico, en lo cultural, en lo político y en lo religioso. Aspectos como el industrial y el urbanístico, el caso de abnegación y de belleza artística que pregonan sus silleteros, el cielo en la tierra que se trae a la ciudad con su alumbrado navideño, su moderno Parque Explora con tantas variedades artísticas culturales y científicas son dignos de destacar.

Cómo no rememorar, también haber sido Medellín centro religioso de primer orden al haberse dado desde allí uno de los principales documentos para  toda América Latina (1968), y el haberse mecido, en su entorno, la cuna de los Ospina, de los Berrío, de los Uribe, de los Restrepo, de Suárez, de Córdoba, de un Barba Jacob o de un Gregorio Gutiérrez González. Son estos algunos de los títulos para que cuando se hable de “medellinizar” se piense en algo grande y hermoso.

“Ladran, luego cabalgamos”, como que decía Don Quijote. Se pueden tener fallas, pues es propio de la limitación humana, pero cuando es monumental el acervo positivo, es en esto en donde hay que generalizar cuando se hable de personas, de ciudades o de regiones. Con garbo, con mensurada altivez, y sin minusvalorar las demás regiones de Colombia, también con tantos títulos preclaros, que se siga “medellinizando”, y: ¡A mucho honor!

monlibardoramirez@hotmail.com

 *Presidente del Tribunal Ecco. Nacional