MONSEÑOR LIBARDO RAMÍREZ GÓMEZ* | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Mayo de 2013

Grandes pontífices

Complace  grandemente la entusiasta acogida con que, no solo en la Iglesia sino en la opinión general, se ha recibido al primer Papa nacido en nuestro continente, y primer Papa Francisco. Sin posturas artificiales, sino queriendo continuar su estilo sencillo de pastor de almas, iniciado en Argentina, ahora sigue conduciendo el redil universal que Dios le ha confiado. Al lado de su sencillez, que agrada a sus observadores, se esperan ahora, de él decisiones según el pensamiento de cada cual, con consiguiente gusto o disgusto. El estilo del Papa Francisco, y las perspectivas hacia el próximo futuro, hacen que se piense, por algunos, como que “¡ahora sí tenemos Papa!”.

Conforta esa acogida a este Papa, y que abran mentes y corazones a cuanto hay detrás de esa figura, como es el bien para la humanidad que ha ofrecido, y está siempre lista a ofrecer, la Iglesia, fundada por Jesucristo. Es portador de un mensaje que de ser acogido con entusiasmo trae concretos y muy positivos frutos no solo para el más allá sino también para la marcha de los pueblos en armonía, paz y progreso. Pero, es de advertir que esto no es de “ahora”, sino que el Papa Francisco entra en la serie de grandes y edificantes pontífices romanos que ha tenido la Iglesia.

Es el momento de admirar, de seguir con entusiasmo a este bien acogido Papa, pero también de recordar a otros tantos pontífices, que, en su momento, ofrecieron al mundo luz y guía con sus oportunas enseñanzas y su personal testimonio. Con motivo de escritos míos me he acercado a la serie de los Papas, y he espigado, así, testimonios y servicios muy significativos de ellos para bien de la humanidad. Me he encontrado, allí, con innumerables ejemplos de virtud y de servicio que superan, y en mucho, lo negativo que ha habido y que complace a los detractores de esta tan respetable institución. He constatado el hecho de que a 81 de ellos se los venera como “santos”, y 12 como “beatos”, con severa revisión de que sí merezcan tal honor.

Pasando a detalles concretos de especial santidad es de comenzar por el mismo San Pedro, hombre sencillo, espontáneo, dialogante, cercano a los pobres y enfermos, con su riqueza, que es el nombre de Jesús (Hech.3,6-8). Qué testimonio, luego, tan admirable, el de papas como León I (440-461)y Gregorio (590-604), ambos apellidados, luego, de “Grande”, exponiendo el primero su vida por su pueblo romano ante el bárbaro Atila y el segundo que reparte sus bienes entre los pobres y defiende la ciudad ante otro peligro grave similar al afrontado por el otro “grande” predecesor.

Ya en esa época más cercana brilló desde su cuna humilde la virtud de un S. Pío X (1903-1914), tan cercano a pobres y sencillos, quien revestido en los solemnes arreos pontificios lloraba diciendo: “¡Miren cómo me han vestido!”. Edificante y tan unido a su pueblo fiel fue un Pío XII (1939-1958), tan injustamente vejado por falsarios de la historia y quien ante bombardeos a Roma (19-05-43) fue a dar voz de aliento a las víctimas, y su blanca sotana se manchó con la sangre derramada bajo las bombas hitlerianas. Está allí la imagen bondadosa de un Juan XXIII (1958-1963), que se volvió, en su momento, proverbial, y la cercanía a multitudes creyentes o no creyentes, grandemente acogido, de un Juan Pablo II (1978-2005). Se llega finalmente, a la sencillez y piedad, con claridad de principios en medio de manifiesta humildad que destacó a Benedicto XVI (2005-2013), quien con su renuncia al Pontificado ante la debilidad de sus fuerzas ha dado admirado testimonio.

En esa serie de grandes Pontífices emerge, ahora, el Papa Francisco, merecidamente admirado por gestos de auténtico Cristianismo, que no opacan a sus antecesores sino que han de servir para admirar la Providencia divina que nos va dando el Papa que cada época necesita.

monlibardoramirez@hotmail.com

*Presidente del Tribunal Ecco. Nacional