Con ocasión de las celebraciones patrias, por nuestros doscientos años de vida independiente, todos los colombianos deberíamos detenernos a reflexionar sobre la forma como este proceso histórico ha afectado nuestras vidas, en lo particular y familiar, así como en un contexto más amplio de país y de nación.
Deberíamos partir de un hecho incuestionable; dos siglos de vida representa una parábola muy corta en un calendario planetario y global, si lo comparamos con el auge y caída de civilizaciones como las de Cartago, Grecia y Roma en tiempos antiguos, las Galias e Italia en la edad media y Estados Unidos, Alemania y Gran Bretaña, en épocas modernas.
El Nuevo Mundo siempre ha cautivado la imaginación de los historiadores. La exuberancia de muestra naturaleza, la ilusión de grandes riquezas, la inmensidad de los escenarios y lo insondable de los océanos. Infortunadamente solo los países del norte en nuestro hemisferio han sabido aprovechar al máximo la oferta de posibilidades.
Para nuestro propio infortunio nosotros hemos sido subdesarrollados desde siempre. En la época precolombina los imperios maya, azteca e Inca fueron constelación de grandeza cultural y política. Nuestros humildes ancestros chibchas, a pesar de su hermosa orfebrería, no fueron rivales de consideración. Y esas frustraciones fueron siempre un histórico presente luego de romper el yugo peninsular.
El ejercicio que pretendemos debería comenzar por nuestras creencias, seguir con nuestras experiencias y culminar con un balance de logros y frustraciones. Nacimos y nos criamos en un hogar católico, sin grandes cuestionamientos que hicieran peligrar nuestra fe. Desde luego una educación temprana a cargo de los jesuitas nos blindo aún más si se quiere. Era en todo caso una fe muy reconfortante.
Obviamente ese hogar también fue muy conservador y doctrinario. Comulgamos a raja tabla con el apego a nuestras tradiciones y muy lejos de cualquier enfermedad libertaria. Sin embargo no han sido pocas las frustraciones por cuenta de un partido que no siempre ha estado a la altura de su misión-visión: poner límites éticos al ejercicio de la política. Hoy los grandes líderes brillan por su ausencia y abundan los personajes de caricatura y opereta.
Ser periodista y ejercer el más bello oficio del mundo es una impronta de la que hay que solo sentir orgullo y satisfacción. Ese trajín lo convierte en un notario de la historia viviente.
Para nuestra desgracia estos últimos cincuenta años han sido un caleidoscopio de violencias sin fin. Una guerra civil no declarada y la maldición de la coca, han golpeado y perneado en todos los sectores y a todos los niveles. Una clase política sin clase se ha sabido aprovechar del aquelarre.
Pero también ha habido cosas muy buenas como el Frente Nacional, Una organización política territorial que ha llevado el progreso a las regiones y sabido armonizar la concordia geopolítica, Grandes triunfos que han puesto en alto nuestra raza y nuestras aspiraciones.
Un Gabriel García Márquez, un Fernando Botero y un Egan Bernal, son los pulidos diamantes esa gran cantera que lleva con gran orgullo y dignidad el nombre de Colombia.