Ha sido muy edificante la existencia pastoral de Monseñor Libardo Ramírez Gómez. Siendo emblemático en lo religioso, se ha perfilado como sólido intelectual, comparable a Rafael Gómez Hoyos, Castro Silva o Guillermo Agudelo, todos académicos sobresalientes y cada uno autor de más de 7 libros de consulta forense.
Viviendo, como vivieron en la más encumbrada atmósfera humanística tuvieron siempre como prioridad la defensa permanente de los pobres y de los miserables. Monseñor Libardo Ramírez pertenece a varias academias y afirma: ¿Quieres no perder tus bienes? Compártalos generosamente con los desposeídos. ¿Deseas conservar la riqueza? Confíala a los humildes, a los hambrientos y a los necesitados.
Los ególatras, los avaros, los duros de corazón, predican cínicamente las siguientes ideas, dignas de todo repudio: “Bienaventurados los pobres, porque son pobres y como ya los acostumbramos a la pobreza, que sigan siendo pobres.
Bienaventurados los que lloran y los que sufren, pues la fatalidad los hizo así y poco se puede hacer por ellos.
Bienaventurados los sumisos y los resignados, pues su carácter de sometidos les impide protestar contra nuestras riquezas.
Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, por entrometerse a redimir los oprimidos. Lo importante es que no se metan con nuestros intereses.”
Para Monseñor Libardo Ramírez, el que no lucha contra las desigualdades, el que sigue orgulloso de su abundancia, sin inquietarse, sin reaccionar y sin gritar contra la inequidad, es un cómplice y un coautor de tan irritantes inequidades.
Todo lo dicho antes me lo inspiró el libro titulado “La Colombia en que he vivido”, de Monseñor Libardo Ramírez Gómez, arzobispo emérito de Garzón, expresidente del Tribunal Eclesiástico. Son 180 páginas que se leen con fruición, con pasión y con honda satisfacción.
Abundan las fotos en los 16 capítulos y uno hace un repaso histórico con tantos hechos sociales, que han rodeado que han rodeado el quehacer de este ejemplar prelado.
Sustancioso el prólogo del Obispo, Monseñor Juan Vicente Córdoba Villota, hijo de mi entrañable amigo Juan E. Córdoba, militar y académico de encumbrada jerarquía. Monseñor Juan Vicente Córdoba Villota, a pesar de su brillante juventud, se ha convertido en un orador excepcional. En el púlpito este Obispo de Fontibón impresiona y sacude a los feligreses por la fuerza de su ilustrada dialéctica. La mirada es penetrante y los brazos y las manos se mueven convincentemente. El gesto cambia según el tema que trata. Su elocuencia es de admirable riqueza pedagógica. Su cultura es más teológica y filosófica que literaria. Yo siempre he dicho que los seudo-grecolatinos de Manizales movían más palabras que ideas y sacrificaban un mundo por hacer una frase frívola, como esa tan conocida de Augusto Ramírez Moreno que repetía: “Yo no tengo la culpa de que Dios haya puesto una chispa de su genio en mi cerebro. Hágame el favor”.
Nuestros obispos son sabios y sencillos. Prefieren dar a recibir. Siempre dan impulso en lugar de recibirlo. Viven colegialidad fecunda. Son abiertos.
Para ellos es más significativa la calidad que la cantidad. Y sobre todo se dan a sus feligreses con amor de entrega. Según nuestros obispos la miseria no es cristiana. Dios no quiere la explotación del hombre por el hombre. Por eso nos ha dotado de inteligencia y voluntad, para lograr una vida digna. Es ley de la cosecha recoger más de lo sembrado.