La agenda política latinoamericana avanza hacia un 2025 que será crítico para todos los habitantes de la región. En un continente integrado por lazos culturales y lingüísticos, azotado por problemas de naturaleza transnacional y sostenido por economías cada vez más interdependientes, queda claro que compartimos un destino común, por lo que debemos celebrar cualquier avance y lamentar cualquier retroceso que transcurra entre el río Bravo y Tierra del Fuego.
Espero equivocarme al afirmar que este10 de enero no se gestará un cambio de gobierno en Venezuela. La noble oposición venezolana no tiene los medios para imponerse sola y no se evidencia la voluntad, ya sea por parte de Washington o de elementos disidentes dentro del régimen, de derrocar a Maduro y sus aliados.
Por otro lado, el presidente ecuatoriano Daniel Noboa buscará la reelección entre febrero y abril. Elegido hace poco más de un año para completar el periodo de Guillermo Lasso, Noboa deberá defender la manera en que ha afrontado la crisis de seguridad, el desabastecimiento energético y el estancamiento económico. Su aprobación es de las más altas de Sudamérica y asegurar un mandato propio de cuatro años seguramente le permitiría gobernar con una visión de mayor alcance. Sin embargo, Ecuador está profundamente polarizado, por lo que parece igual de probable que el correísmo regrese al poder de la mano de Luisa González. En un ambiente político incierto, los próximos meses serán críticos.
En agosto, Bolivia celebrará elecciones presidenciales en medio de una pugna turbulenta dentro del partido oficialista MAS-IPSP, dividido entre el presidente Luis Arce y el expresidente Evo Morales, quien gobernó Bolivia entre 2006 y 2019. Las encuestas relativamente escasas favorecen a Manfred Reyes Villa, dirigente opositor y actual alcalde de Cochabamba. De consumarse su victoria, podría darse la primera transferencia regular de poder del MAS-IPSP a una fuerza opositora en casi veinte años.
La Bolivia de hoy, que viene en proceso de erosión democrática desde el primer gobierno de Evo Morales, no es ni una democracia ni una dictadura, sino lo que se conoce como un régimen híbrido. Enfrenta un punto de quiebre semejante al de Venezuela en 2015, cuando la oposición obtuvo una mayoría en la Asamblea Nacional, mayoría que Maduro anuló al despojar a la misma de sus poderes en 2017 y entregarlos a una Asamblea Nacional Constituyente controlada por el chavismo. Desde entonces, Venezuela ha sido plenamente autoritaria. Esperemos que el MAS-IPSP, en su actual fragmentación, sea incapaz de revertir una eventual democratización boliviana.
Por su parte, Argentina celebrará elecciones legislativas en octubre. Las encuestas de hoy apuntan a una mayoría oficialista, sumando los votos de La Libertad Avanza del presidente Javier Milei, Propuesta Republicana de Mauricio Macri y los peronistas antikirchneristas. Ante un 2025 muy positivo para Argentina, podríamos anticipar una victoria oficialista aún mayor. Además del poder imperial de la presidencia argentina, una de las más fuertes de cualquier democracia latinoamericana, el gobierno contaría con una mayoría consistentemente a favor de la profunda liberalización del país.
Finalmente, todo parece vaticinar una victoria de la centro-derecha en las elecciones presidenciales chilenas entre noviembre y diciembre. La elección de Evelyn Matthei, exministra del trabajo del fallecido expresidente Sebastián Piñera, representaría un rechazo contundente al gobierno Boric, que comenzó con intenciones revolucionarias tras el estallido social y, ante el fracaso del proceso constituyente, tuvo la virtud de moderarse para intentar integrar el país. Esperemos que, con este relevo de liderazgo, Chile pueda superar el estancamiento de los últimos años para volver a ser ejemplar.