Vivimos una nueva Navidad en condiciones que no son las normales. Esta vez no tenemos las limitaciones ni temores ligados a la ausencia de vacunas y al alto nivel de contagios con los que nos tocó celebrar esa festividad hace un año. El entendible deseo de regresar a la cotidianidad propia de estas fechas, explica el eco que en nuestra sociedad encuentran actualmente los mensajes de optimismo, que se pregonan sobre todo en los círculos gubernamentales y empresariales, legítimamente interesados en jalonar y consolidar los signos de recuperación económica evidenciados en los últimos meses, facilitados por el innegable avance en materia de vacunación.
Pero ello no debe hacernos olvidar que el virus no se ha ido, que este continúa transformándose y que seguirá siendo una amenaza impredecible, en tanto que la tan mentada inmunidad de rebaño no se logre en todo el planeta, lo que supone aún muchos esfuerzos en materia de vacunación y una real solidaridad universal para alcanzarla.
Debemos estar atentos a lo que esta pasando por estos días en varios países de Europa, en donde con la llegada de la variante ómicron, y a pesar de tener muy altas tasas de vacunación, se ha optado por retomar severas medidas restrictivas que imaginábamos ya superadas allí, o explicables en países con un porcentaje importante de personas que se oponen a las vacunas y a las demás medidas de protección, como en el caso del uso del tapabocas irresponsablemente convertido en objeto de controversias partidistas.
Tampoco podemos olvidar que con esta pandemia se perdieron años de esfuerzos en materia de reducción de la pobreza, que innumerables familias siguen pasando física hambre pues, según el informe de la Asociación de Bancos de Alimentos de Colombia y la ANDI, el 54% de la población padece inseguridad alimentaria, que aún faltan por recuperar muchos empleos, que son miles las pequeñas empresas que quedaron al borde del camino, y que no se podrá hablar de auténtico crecimiento hasta ver traducidas las alentadoras cifras que se anuncian en un real avance para el conjunto de la población que permita albergar una verdadera esperanza de mejores días.
Prudencia es entonces la palabra clave; lo cual no significa renunciar al optimismo ni hacerle el juego a los presagiadores de tormentas, sino más bien atender sin falta nuestras tareas individuales para cuidar nuestra salud, la de los seres queridos y la de todos los demás, así como cumplir los otros deberes sociales que nos atañen y que están involucrados en la superación de esta crisis, sin dejar de exigir al Estado por supuesto el cumplimiento de los suyos.
No sería razonable esperar a que se llegue de nuevo al punto de quiebre en la prestación de los servicios de salud, dando pie a la adopción por parte de las autoridades de drásticas medidas restrictivas de las libertades. Tampoco resultaría entendible permanecer impávidos ante la tragedia del hambre que sufren millones de compatriotas. Especialmente en esta época de reencuentros y celebraciones nos corresponde ser ante todo responsables y solidarios.
@wzcsg