P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Noviembre de 2011

Las vivencias del cristiano

La  liturgia nos invita a considerar que la vida es un talento, un don, que el Señor nos dio y debemos hacer fructificar. Este domingo prepara de un modo inmediato la solemnidad de Cristo Rey del Universo. El día del Señor, nos dice Pablo en la carta a los Tesalonicenses, llegará como un ladrón, de modo inesperado y, por ello, debemos vigilar y vivir sabiamente para no ser sorprendidos (2L, 1Tes 5,1-6).
El evangelio compara la vida humana a un don que Dios nos hace para que lo hagamos rendir. Al crearnos, Dios ha querido compartir con nosotros algo de sí mismo. Por eso, lo sensato en nuestras vidas es usarlas apropiadamente para producir frutos abundantes; poner en juego todas las capacidades de la inteligencia y de la voluntad para producir aquellos frutos que Dios espera de nosotros. Así pues, cada uno con los dones recibidos debe ponerse al servicio de los demás, con la clara conciencia de que el Señor volverá y que deberemos rendir cuentas, no de nuestras intenciones, sino de las obras realizadas (Ev, Mt 25, 14-30). El libro de los Proverbios nos muestra el ejemplo de una mujer que hace rendir su vida y cualidades. Es una mujer hacendosa, activa, laboriosa en la caridad, diligente en el obrar. No es remisa, vanidosa o egoísta. Su especial sensibilidad no la vuelve hacia sí misma, sino que trabaja con sus manos y extiende sus brazos a los necesitados. Quien encuentra una mujer así, encuentra un tesoro (1L, Pr 31,10-13.19-20.30-31).
Superar el egoísmo y el subjetivismo individualista que nos retrae a nuestro propio mundo y nos hace ver sólo por nuestros intereses. Nada más triste que tomar el talento que está destinado para dar frutos y enterrarlo en el propio egoísmo. El egoísta es infeliz en esta vida y pone en riesgo su salvación eterna: siervo malvado y perezoso, lo llama el Señor.
Uno de los más grandes talentos que hemos recibido y al cual, lamentablemente, damos poca importancia es el tiempo. El tiempo es un don hermoso de Dios. Con él vamos construyendo nuestra porción en la obra de la salvación. Con él colaboramos con Cristo en la redención de la humanidad. Sin embargo, con frecuencia usamos con descuido el tiempo. Parece que, en ocasiones, más que usar el tiempo, lo perdemos; dejamos que se nos escape entre las manos sin hacer nada constructivo, nada que sirva para las futuras generaciones, nada que lleve paz, consuelo y alegría a los demás. Descuido importante. El cristiano, por ello, se esfuerza por vivir diligentemente, haciendo todo el bien que esté en su mano hacer. La consigna, pues, para nuestro tiempo es la de trabajar con diligencia, aprovechar cada minuto para dar fruto de eternidad. /Fuente: Catholic.net