P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 20 de Noviembre de 2011

Jesucristo, rey del universo

 

Jesucristo  es el Señor y el Rey del Universo. Este domingo, último del ciclo litúrgico, pone ante nuestra mirada y ofrece a nuestra meditación a Cristo Rey y Señor de la historia y del tiempo. La primera lectura, tomada del profeta Ezequiel, pone de relieve que el Señor en persona busca a sus ovejas, sigue su rastro, las apacienta, venda sus heridas cura las enfermas.
El Señor en persona va a juzgar entre oveja y oveja (1L, Ez 34,11-12.15-17). Asimismo el salmo 22 destaca el amor y misericordia del Señor, pastor de nuestras almas y guía en nuestros caminos. En la carta a los corintios, en cambio, San Pablo subraya el poder de Cristo que aniquilará todo principado, todo poder y toda fuerza. Cristo tiene que reinar y todos sus enemigos yacerán a sus pies. El último enemigo será la muerte (2L, 1Cor 15,20–26a.28). Finalmente el evangelio nos presenta la venida definitiva del Hijo del Hombre que viene para separar a unos de otros, como un pastor separa a las ovejas de las cabras. El criterio que seguirá el Señor en este día terrible, será el criterio del amor: porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... Ellos, los que hayan practicado el amor a Cristo y a sus semejantes irán a la vida eterna; los otros, al castigo eterno (Ev, Mt 25, 31-46).
Conviene, pues, prepararnos apropiadamente practicando el bien y el amor. Un día se pondrá a la luz el secreto de los corazones. Trabajemos hoy para que nuestro corazón esté lleno de Dios y de su amor.
Puesto que la caridad será el tema del juicio, debemos hacer todo lo que está en nuestras manos para poner por obra la enseñanza de la parábola de Jesús. Es decir, atendamos hoy al hambriento, demos de beber al sediento, vistamos al desnudo, visitemos al enfermo y prisionero... en una palabra, practiquemos el mandamiento del amor. En verdad, es necesario hacer un serio examen de conciencia y preguntarse: ¿responde mi vida al mandato de Cristo de amar a mis hermanos? ¿Realmente me interesa el bien espiritual y material de mis hermanos los hombres? ¿Me preocupo por hacer algo en favor de los demás? Se trata, pues, de despertar el sentido de responsabilidad ante las necesidades ajenas.
El mal aparece en el horizonte de nuestra vida. Vemos que en las relaciones internacionales, en la vida de los pueblos, en la vida familiar y en nuestro propio corazón, se insinúa y se presenta el mal. Al mal lo tenemos que combatir con el bien, con el amor. Ése es el camino que Cristo nos dejó. Así respondió Cristo ante sus perseguidores. Cuando el mal parecía envolverlo por todas partes, su amor y dignidad, su obediencia filial al Padre, su amor a los hombres venció sobre las potencias del mal y de la muerte. /Fuente: Catholic.net