P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Enero de 2012

La llamada

La llamada o vocación ocupa el centro de las lecturas de este domingo, con que inicia el tiempo ordinario. Una llamada al seguimiento, es decir, a permanecer con Jesucristo, como los dos discípulos del Evangelio (Jn 1, 35-42. Una llamada a la que hay que dar una respuesta generosa, como hizo Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (primera lectura, 1Sam 3,3-10.19). Una llamada que implica una “expoliación”, un no pertenecerse a sí mismo, sino a Dios y a su Espíritu; de ahí, la clara conciencia y exigencia de una vida pura, lejos de la lujuria y de todo aquello que contravenga la pertenencia al Señor (segunda lectura, 1Cor 6,13-15.17-20).
En el origen de la concepción cristiana de la vida está la realidad de una llamada. Dios que llama a la existencia, a la fe cristiana, a la vida laical, consagrada o sacerdotal, al encuentro feliz con Él en la eternidad. En este contexto general de la llamada, se sitúa la vocación sacerdotal, esa llamada que Dios dirige a unos pocos hombres para estar con Él y para establecer puentes entre Él y los hombres. Todo hombre, todo sacerdote, es un “llamado”, y en la correcta respuesta a la llamada se juega su identidad, su realización personal, y su felicidad temporal y eterna. Un lugar y un modo de llamar.
Cuando alguien llama a otra persona, ésta tiene que dar necesariamente una respuesta. Puede ser positiva, negativa, neutra e indiferente. En nuestro mundo, en nuestro ambiente Dios continúa llamando al sacerdocio y a la vida consagrada, como lo ha hecho a lo largo de toda la historia de la salvación.
¿A qué llama el Señor? Ante todo, llama a pertenecerle y a estar con Él. Sin una espiritualidad consistente y bien fundada, el llamado cederá fácilmente a los reclamos del mundo y se derrumbará, como un castillo de naipes. Dios, pues, llama ante todo a ser radical y exclusivo en el amor a Él, para con Él y desde Él abrir el alma y el corazón a todos los hombres. ¿No ha sucedido en estos últimos decenios, en no pocos casos, que el sacerdote se ha dedicado más al servicio social que al ministerio de la salvación? He aquí un tema de reflexión para todos los sacerdotes. Hay aquí una importante tarea que realizar al inicio del tercer milenio de la era cristiana. /Fuente: Catholic.net