Conversión, fe y seguimiento
Convertirse, he aquí la palabra clave de este domingo. Los ninivitas, ante la predicación amenazante de Jonás, hacen penitencia y se convierten (1L, Jon 3,1-5.10). Jesús, según el evangelio de Marcos (Mc 1, 14-20), comienza su predicación en Galilea invitando a la conversión: “Convertíos y creed en el Evangelio”. En la segunda lectura (1Co 7, 29-31) se nos señalan las consecuencias de la verdadera conversión, porque el verdadero convertido vive con la conciencia de que la apariencia de este mundo pasa.
Puesto que Dios ama al hombre y desea que éste sea feliz, quiere que se convierta y viva. Convertirse significa dejar el camino equivocado de una felicidad aparente y enderezar los pasos hacia el camino del bien, de la verdad y de la plenitud. Esto es lo que hicieron los ninivitas cuando Jonás predicó en su ciudad la destrucción a causa de su mala conducta. Esto es lo que hicieron igualmente Pedro y Andrés, Santiago y Juan cuando Jesús les llamó a su seguimiento: dejando el camino en el que se encontraban, siguieron el camino de Jesús. En la vida de la Iglesia, el bautismo es el lugar de la conversión primera y fundamental; pero la llamada de Cristo a la conversión, a impulsos de la gracia, sigue resonando en la vida de los cristianos, como tarea ininterrumpida de penitencia y renovación.
La fe es la respuesta del hombre a la revelación que Dios nos hace de su verdad y de nuestro bien. Esa verdad de Dios para nuestro bien la encontramos en la doctrina dogmática y moral de la Iglesia. Reconocer esto es indispensable para abrir el alma a la conversión. ¿Creemos los cristianos en todas las enseñanzas que la Iglesia nos propone a nuestra inteligencia y a nuestra fe? ¿Son las verdades de fe y de moral los parámetros con los que medimos nuestra conducta? Año tras año, siglo tras siglo, milenio tras milenio, Jesucristo continúa invitando a la conversión. ¿Será escuchado en el tercer milenio que apenas estamos comenzando? Seguir a Cristo hoy no puede equivaler a un certificado de buena conducta, a algo bien visto en el ambiente social en que vivo, a una moda pasajera y extravagante. El auténtico seguimiento de Cristo no puede hacerse sin una verdadera conversión, obra de una fe objetiva, intensa y profunda. /Fuente: Catholic.net