Hace pocos días la Farc se retiró de la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación de la Implementación del Acuerdo de Paz (Csivi).
Alegó que no podía consentir que el gobierno Duque se solazara con la confirmación de Washington sobre la condición del régimen cubano como promotor del terrorismo.
Simultáneamente, se dieron a conocer en el Congreso las cifras del incumplimiento sistemático del partido revolucionario en cuanto a los acuerdos firmados en La Habana.
Que las armas no se entregaron por completo. Que los automotores, tampoco.
Que las tierras son baldíos propios del Estado, que los semovientes no aparecen.
Que los millones de pesos se esfumaron, que las caletas se evaporaron, que el oro ha desaparecido y que muchos de los dólares recibidos son falsos.
En pocas palabras, un proceso espurio: (a) el garante es y ha sido un promotor del terrorismo, (b) el firmante, un desidioso, y (c) no hay nada qué verificar, ni a qué hacerle seguimiento, porque los responsables tomaron las de Villadiego.
Para ponerlo en otros términos, ha llegado el momento crítico de decidir qué hacer con semejante proceso.
Un escenario podría ser el de la ruptura, el de acabar con todo aquello.
Pero si el Gobierno rompiera, muchas oenegés lo emplazarían, otros tantos lo acusarían de perfidia y no faltaría quien lo señalase de valerse del coronavirus para pulverizar lo acordado en la Isla.
El otro escenario sería el de la laxitud, o sea, flexibilizar, morigerar, contemporizar.
Para no caer de nuevo en la semántica santista de los “amigos” y “enemigos” de la paz, el gobierno apelaría ahora a la típica figura de la renegociación (la “corrección de estilo”), con el fin de salvar el proceso sin ser tildado de simple claudicante.
Pero, inevitablemente, eso le arrastraría al escenario posplebiscitario de octubre del 2016.
En aquel momento, los voceros del ‘No’ tratamos de acordar con el gobierno Santos unas modificaciones estructurales de los negociados de La Habana.
Pero semejante actitud, constructiva y serena fue instrumentalizada para terminar firmando lo que ya para entonces estaba perfectamente prefabricado tanto en el hotel Palco como en el Capitolio.
En resumen, la Farc no cederá un ápice porque sabe perfectamente lo que le espera al Gobierno en la desescalada del Covid.
Le espera el ‘pandemismo’, un neologismo que estamos introduciendo para resaltar cómo el populismo magnificado, es decir, la protesta violenta, la movilización beligerante y las deprivaciones explotadas por pirómanos se encargarán de doblegar cualquier actitud verticalista del Gobierno después de la pandemia.
En conclusión, se avecina la nueva derrota del ‘No’. Pero ahora a otro precio. A un precio verdaderamente incalculable.