Cada ser que encarna tiene una misión, un propósito para estar en el mundo. Caroline Myss nos lo plantea como el Contrato Sagrado; para el cumplimiento de tal contrato requerimos ciertas condiciones existenciales, a partir de las cuales nos proveeremos los recursos necesarios para llevar a cabo la misión. Vamos construyendo nuestra existencia, paso a paso, y nada de lo que en ella ocurre es accidental o providencial.
Dentro de las sincronías universales, todo tiene un sentido y parte de la experiencia es reconocerlo. En la medida en que estamos conectados con nosotros mismos, y desde allí con todo cuanto nos rodea, vamos aprendiendo a reconocer que la casualidad no existe, que en el proceso de construcción de nuestra vida todo encaja y, en últimas, todo es perfecto. Perfecta cada persona con quien nos encontramos, la labor que desarrollamos, perfectos los errores y los aciertos, los desencuentros.
Necesitamos estar alertas para descubrir esa perfección, que no siempre es sinónimo de que vamos por la vía correcta para el cumplimiento del contrato, sino que puede ser justo lo contrario, para que despertemos y nos demos cuenta. Pero, no siempre estamos conectados: nos distraen, con bastante frecuencia, las vidas ajenas, que emergen a manera de prueba, a ver qué tan conscientes estamos del amor que somos y del que estamos llamados a emanar. Una cosa es, desde el amor, hacerle una observación a un amigo sobre un negocio que no le conviene o sobre actitudes en su pareja que no son adecuadas, y otra criticar -de frente o por la espalda- sus elecciones, juzgar sus experiencias e invalidar sus decisiones.
Perdemos la conexión cuando nos creemos superiores a los demás, cuando nos auto-engañamos al suponer que somos mejores porque estudiamos tal o cual cosa, porque vivimos en tal parte, porque tenemos tanto dinero invertido, porque somos más altos, más robustos o más flacos, porque las vacaciones que tuvimos fueron en el lugar más promocionado de la Tierra, o porque somos los adalides de la moral. Desde esos juicios no podemos reconocer que cada quien vive lo que necesita para despertar, para ampliar la consciencia y cumplir con su misión existencial. Nos negamos a reconocer que la perfección del mundo está en su aparente imperfección.
Cumplimos más fácilmente nuestro sagrado contrato cuando nos liberamos de los prejuicios, esas herencias culturales y familiares que arrastramos sin que sean nuestras. Se nos facilita el aprendizaje vital cuando nos quitamos los rótulos que nos han puesto desde antes de nacer, cuando aceptamos nuestra esencia de seres humanos y que en realidad somos minúsculos ante la vastedad de los multiversos. Todos somos aprendientes, haciendo lo mejor posible con la información que tenemos en nuestro nivel actual de consciencia. Desde nuestra imperfección continuamos evolucionando, y es perfecto.