Don Miguel Antonio Caro era de esas personalidades que hacen pensar en la roca o en el hierro: se rompe, pero no se tuerce. Anonadaba con su asombrosa elocuencia y destruía con la rapidez del rayo a los que se atrevían a interpelarlo. En una histórica intervención, un senador molesto, pues Don Miguel no atendía la solicitud que hacía para aclarar algún aspecto de su discurso, la gritó: “Usted, honorable senador, es un viejo soberbio” y éste en forma instantánea le replicó: “pecado de ángel”.
Cuando el conservatismo se dividió entre nacionalistas e históricos en la memorable época de la “regeneración” y los disidentes quisieron hacer una convención azul, Don Miguel expresó: “No se puede hacer un concilio católico, con cardenales protestantes”.
Contra los gobiernos sectarios de partido, al derrotar un grupo al otro, comentó: “Que tiemblen los porteros”.
Al retractarse un colega, de algo, de algo que había expresado contra Caro, este dijo: “No se retractó, se retrató”.
De la colosal elocuencia de Caro expresó en forma fulgurante Valencia, otro gigante de la mejor oratoria colombiana. “Caro, en el Senado cuando pedía la palabra, dominaba en forma absoluta el escenario. El león era el rey de la selva. Es sencillamente un hombre superior, edificado sobre la teología y el dogma, dotado de una pasmosa erudición. Su palabra era rápida y eficaz como la cuchilla de la guillotina que cae, chasqueante como un látigo, luminosa como un relámpago, fatalmente destructora”.
La garganta de este político era un generador de fuerza y sus cuerdas vocales en el rapto de la oratoria, despedían centellas como las primarias eléctricas que se rozan.
Fue tenaz en sus empeños, intolerante, radical, rabiosamente católico. Poseído de su inteligencia excepcional, miró a muchos de sus contemporáneos con altiva arrogancia y los calificó con mordacidad. Con su poesía jamás cantó al amor, ni a la belleza del paisaje ni a las delicias de la vida. Sus versos son épicos, patrióticas y humanísticas. Cuando le preguntaron por qué escribía en latín algunos editoriales contestó: “Para que no me entiendan mis adversarios”.
El pontífice de la literatura, Marcelino Meléndez y Pelayo, sostuvo que Caro fue el que mejor tradujo a Virgilio al español.
Solo hombres fuera de serie como Caro y Rafael Núñez podían, como lo lograron, que Colombia país de regiones muy definidas, pasara del federalismo, al centralismo que nos rige. Nuestro presidente como lo propusieron, estos dos caudillos es todo un monarca. Repetían que el Federalismo en EE.UU. sirvió para el más peligroso progreso, pero en nuestro suelo sirvió para producir 14 guerras civiles y 38 revoluciones. Núñez expresó: “Caro es el cerebro mejor organizado de la República”.
La memoria de Miguel Antonio Caro es aleccionadora en este momento de crisis en que partidos, grupos sociales y personajes se doblegan incondicionalmente ante el gobierno de turno. Laureano Gómez acostumbraba recordar: “Estas son lentejas, si quieres las tomas o las dejas”. Caro, en forma solitaria, obligó al conservatismo a pensar en grande, uniéndose con Núñez para darnos la famosa Constitución del 86. El espíritu de esta reforma perdura. “Centralización, política y descentralización administrativa.
En nuestra nación sobra inteligencia, pero falta carácter.