Ya es difícil negar que este es un gobierno maligno que pasará a la historia como el peor de todos los tiempos. Y es que, al margen de pretender destruir toda la institucionalidad para sembrar el modelo comunista, los periódicos llenan todos los días sus páginas con los desaguisados que se cometen a diario, tantos que uno no alcanza a digerirlos todos y toca ir pasando de un tema al otro sin atragantarse.
Imposible ignorar, sin embargo, que la inútil vicepresidenta Márquez ha dilapidado 2.870 millones de pesos por su capricho de desplazarse en helicópteros militares hasta su casa en las afueras de Cali. Una señora que ha inventado supuestos atentados en su contra desvirtuados por la Fiscalía. Y una casa que no debería ocupar porque pertenece a un contratista del Estado y porque la Vicepresidencia tiene una casa en Bogotá para quien ostente el cargo. Ahora doña Francia prepara un periplo por África, sin objeto alguno, a dónde viajará en un avión con 60 personas más a costa de nosotros, los paganinis del paseo.
Obviamente, se podrá decir que son centavos para “vivir sabroso”. Pero nadie podrá negar que otra cosa son los 17 millones de dólares que se embolataron en un contrato del Ministerio de Defensa y cuya denuncia por parte de la revista Semana trataron de acallar.
Una minucia insignificante si consideramos que las palabras del nuevo presidente de Ecopetrol, Ricardo Roa, provocaron una caída de 6,2 billones de pesos en la capitalización bursátil de su acción en la Bolsa de Colombia, que representa una pérdida del 6,3%. Esto mientras en la Bolsa de Nueva York bajó un 15,42%. Todo como resultado de reiterar que Ecopetrol no firmará nuevos contratos de exploración de petróleo y gas, lo que no es otra cosa que renunciar a los recursos que le dan estabilidad económica al país y posibilitan que este barco se mantenga a flote.
Pero lo peor de los últimos días ha venido tras el cuasi hundimiento de la reforma a la salud. Un Petro que ya presenta resultados patéticos en las encuestas, con una aprobación menguante del 35% y una creciente desaprobación del 57%, y con el lastre de los osos internacionales como el de la infructuosa conferencia sobre Venezuela, decidió romper la coalición de gobierno y radicalizarse nombrando ministros de su propia ralea.
Para empezar, fue toda una sorpresa que Petro sacara del Ministerio de Salud a Carolina Corcho, a pesar de que la reforma sigue viva, pero a renglón seguido dejó ver sus intenciones al remplazarla con un hombre de extrema izquierda y denunciada cercanía con las Farc como Guillermo Alfonso Jaramillo, quien de entrada dejó en claro sus propósitos: “Aquí se ha juzgado mal al Seguro Social… Yo defiendo al Seguro Social”. Todo está dicho, la estatización no tiene reversa.
También fue una sorpresa que sacara del Ministerio de Hacienda al “adulto a cargo”, José Antonio Ocampo, quien hace rato tenía mal ambiente por estar contradiciendo las declaraciones de Petro y su gente, en toda clase de temas. De hecho, lo hizo hasta el último momento, como en la elección de Germán Bahamón en la gerencia de la Federación de Cafeteros, aún en contra de los deseos del mandamás. En consecuencia, lo remplaza un incondicional de Petro, Ricardo Bonilla, quien tiene como lema “a crecer decreciendo”, todo un emblema del socialismo.
Lógicamente, salió Cecilia López del Ministerio de Agricultura, quien hace rato tenía desavenencias con el gobierno por su absurda idea de hacer una transición energética improcedente y por no estar de acuerdo con las expropiaciones de tierras que prepara Petro.
Y aunque para algunos fue toda una sorpresa que no saliera la ministra de Minas, Irene Vélez, la verdad es que en los nuevos nombramientos están remarcadas sus políticas: no más contratos de exploración petrolífera y crecer decreciendo.
@SaulHernandezB