La inseguridad se apoderó de la capital. No hay rincón que se salve de la delincuencia que mantiene a nueve millones de habitantes en amenaza permanente y a unas autoridades que no actúan, o no tienen mecanismos para enfrentar a la criminalidad.
Hay centenares de cámaras que solo vigilan el caótico tráfico y constriñen a los habitantes que cada vez están más encerrados por falta de vías transitables, sin huecos, ni pico y placa, con pocas motocicletas; transporte público racional, seguro y sin el enjambre de depravados y violadores acosando. Las cámaras imponen multas cuando alguien sobrepasa los 50 kilómetros por hora, pero no sanciona a las autoridades cuando, por congestión solo se puede avanzar a 4, 5 o 10 kilómetros. Con cara gana Claudia y con sello pierde la ciudadanía.
La vorágine en que tiene a esta ciudad, es apenas una especie de muestra de lo que será el Distrito, cuando le meta mano a la carrera séptima.
Si la alcaldesa divisara su desgobierno, procedería a tomar en cuenta lo fundamental. La extrema contaminación que se registra, no solo es producto de los incendios. La producen los trancones que armó desde su posesión para hostilizar el carro particular. El permanente arranque y frene, consume el doble de combustible y contaminación.
Pero volviendo a la inseguridad, han surgido de bandas denominada por sus víctimas: como las “platilleras de burundanga”. Son mujeres venezolanas bien organizadas que se apoderan de barrios y conjuntos cerrados en el norte de Bogotá.
Timbran en los hogares solicitando tapas de plástico de botellas de gaseosas, para entidades de beneficencia. A cambio ofrecen unos platos.
En el preciso momento en el que la persona abre la puerta, le lanzan un polvillo de escopolamina o burundanga, que la víctima aspira sin darse cuenta. En fracción de segundos pierde la voluntad y queda a merced de sus victimarias, que proceden a ordenarle sacar todo lo de valor que haya en las residencias. El alcaloide tropánico, como se le conoce médicamente, reduce la voluntad y la memoria de las personas.
Las “platilleras de burundanga”, van de dos en dos, son mujeres jóvenes y agraciadas, que distraen a los celadores de los conjuntos para alejarlos de las víctimas y ejercer sus fechorías. El “trabajo” de las delincuentes no tarda más de 10 minutos, al cabo de los cuales salen presurosas, inclusive con los prometidos platos.
Así operan las bandas de venezolanas, mientras las víctimas quedan traumatizadas por horas, días y hasta meses.
La ciudadanía está en poder del hampa, sin que haya una reacción de la alcaldía o la fiscalía.
BLANCO: 15 años cumple el Teatro Cafam ofreciendo cultura y recreación, con sus modernísimos equipos de audio y la calidad de sus espectáculos. Excelente la labor de su director, el colega Fernando Barrero. Felicitaciones para él y para Luis Gonzalo Giraldo, presidente de Cafam.
NEGRO: Increíble la destitución del Mineducación, Alejandro Gaviria. Al gobierno, no se le pueden abrir los ojos para que no cometa errores e injusticias.