Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma mientras pienso en lo fatal que ha sido que el país haya perdido el asombro y olvidado que la moral es una talanquera para mantener la estabilidad y la estructura social. Es que cuando la moral se corrompe, se empieza a creer que la podredumbre es natural.
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma como en el poema Si fuera un cazador, de mi amado palestino Mahmud Darwish, mientras refrendo mi convicción de que en cuestión de moral es mentira que el que a buen árbol se arrima buena sombra lo cobija, o que el buen ejemplo sea la mejor prédica.
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma mientras leo la prensa y veo cómo se desgrana el árbol del Edén; caen uno a uno los frutos podridos, pero otros quedan en los carteles electorales y de pronto en los tarjetones porque somos cínicos y “siempre ha sido así y así seguirá siendo.
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma mientras retumba la prédica nacional de "haga plata, mijo. Si puede, honradamente. Pero si no, haga plata, mijo". Al fin de cuentas, lo público no tiene dueño y hordas de hambreados hallan su opción sobre la tierra en los despachos públicos. Es la hora del desquite. Pero también es la oportunidad de siempre para los de siempre, aquellos que multiplican como por arte de magia lo heredado, porque bobitos no son y la oportunidad está que ni pintada, pero mire para otro lado que esto no es ilegal, aunque sea antiético y la ética… ¿qué cosa es la ética?
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma, mientras veo la película protagonizada por Aída Merlano, una mujer tan anodina que le cargaba la maleta a los barones de la costa y que pecó precisamente por esas ganas nacionales de ser lo que no se es a costa de la propia alma. El diablo es el mejor postor.
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma, mientras veo cada día cómo el recién llegado a lo que sea -puesto, cargo, encargo, fortuna, título- se para sobre los hombros de los demás para vociferar como los orates del Congreso: a grito herido, con pulmón henchido y cerebro vacío.
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma, recordando las veces en que en esta vida dije no, convencida de que “me conformaría con lo que me toca: la paz del alma”.
Poder puedo, pero me abstengo, me digo a mí misma, porque no tengo poder alguno, salvo ser, pensar, amar y servir.