POR P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Viernes, 26 de Agosto de 2011

La vocación cristiana


EL  camino de la propia vocación pasa necesariamente por la cruz. Quisiéramos proponer esta afirmación como el fulcro de las lecturas de este domingo. Jeremías nos muestra hasta qué punto llega la experiencia dramática de la vocación, de la llamada de Dios para cumplir una tarea en la vida. Él sabe que ha sido llamado por Dios para una misión ardua y difícil. Ha sido llamado para destruir y para construir. Sin embargo, en un momento determinado se siente traicionado por Dios: toda su vida no ha sido sino “destruir” y no se ve por ningún lado la promesa divina de la edificación del pueblo de Dios. Se siente seducido y engañado.


Si el mismo Jeremías no lo hubiese manifestado, nadie habría podido intuir la profundidad de su abatimiento y la prueba tan dolorosa que enfrentaba su fe (1L, Jer 20,7-9). La carta a los romanos nos expresa una verdad mucho más consoladora, pero no por ello menos exigente. Nos exhorta a presentar nuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios. Es decir, nos exhorta al sacrificio. Nos invita a tomar la vida y la vocación como una ofrenda al Dios uno y Trino. Sin embargo, esta exhortación no llega sino después de que ha sido anunciado el “evangelio”, es decir, el plan salvífico de Dios en Jesucristo. La gracia del don, precede a la petición de la ofrenda (2L, Rm 12, 1-2). En el evangelio Cristo anuncia con claridad y exigencia que “es necesario” tomar el camino de la cruz para salvar a los hombres. Quien desee seguir a Cristo fielmente, deberá tomar su cruz y ponerse en marcha. El mensaje cristiano es un mensaje de gozo pascual, pero un mensaje que pasa por el camino de la cruz (EV, Mt 16, 21-27).


Hay momentos en la vida en que parece que uno ya no es capaz de ser fiel a la vocación y a la palabra prometida. Esposos que ya no sienten las fuerzas para permanecer fieles a sus compromisos; padres que no saben cómo educar a sus hijos; personas consagradas que pasan por momentos tan oscuros en la vida, que sienten la tentación del abandono, de la incertidumbre, del desaliento. Situaciones del mundo, de la Iglesia, de la propia nación, de la familia... y uno se pregunta ¿quién pondrá concierto a tamaña tempestad?


En estos momentos es cuando más debe acrecentarse la virtud de la esperanza, y cuando más fiel hay que ser a Dios y a la propia vocación. Como Jeremías, sepamos enfrentar el momento de la prueba. Seamos pacientes. No dejemos el camino emprendido. No huyamos al primer golpe. Sepamos esperar, puesto que los golpes de Dios son siempre golpes de amor, y, tarde o temprano, saldrá a flote la razón de tanta pena y tanto sufrimiento. Que nada nos turbe y que nada nos espante, pues todo se pasa. /Fuente: Catholic.net