POR P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Sábado, 30 de Julio de 2011

Renacer misionero


NOS  encontramos ante una de las verdades más consoladoras de la Sagrada Escritura: el amor misericordioso de Dios que se revela en el rostro de Jesús. La primera lectura tomada del profeta Isaías (1Is 55, 1-3) nos habla del gran banquete de los tiempos mesiánicos al que todos estamos llamados. Basta que uno tenga “hambre o sed”, y es candidato apropiado para acercarse al amor de Dios. Es la pobreza humana la que conmueve el corazón de Dios. “Si alguno tiene sed, que venga, si tiene hambre que acuda, no importa que no tenga dinero”. El hambre y la sed expresan adecuadamente esa necesidad vital y profunda que el hombre experimenta de Dios y de su amor. En el evangelio también aparece un grupo de hombres sin pan, sin sustento. Así como en el desierto Yahveh multiplicó los medios de sustento del pueblo hambriento, así Jesús hoy dará de comer a una multitud que no tiene con qué satisfacer sus necesidades básicas (EV, Mt 14, 13-21).
El alimento material nos lleva a la consideración de un alimento de carácter espiritual y que responde a la necesidad más esencial del hombre: su deseo de gustar a Dios, su anhelo de sentirse eternamente amado por Dios.

El amor esponsal está inscrito en el alma humana con sello indeleble. De este amor ha hecho experiencia Pablo y lo proclama con franqueza y sencillez: ¿Quién podrá apartarme del amor de Cristo? No hay potencia alguna que pueda apartarnos del amor de Cristo. En Cristo se revela el rostro amoroso del Padre (2L, Rm 8, 35.37-39).


Uno de los rasgos más propios de la vida cristiana es su sentido misionero. En el alma del cristianismo está el sentido de la misión, del envío, de la buena noticia que se debe anunciar. Por desgracia, este espíritu misionero se ha debilitado en la conciencia y en la práctica de algunas de nuestras comunidades, y en la vivencia práctica de muchos cristianos. Por ello, es interesante volver a descubrir las riquezas de nuestro bautismo y de nuestra vocación cristiana, y su carácter misionero.


Será muy útil buscar aquellos medios que favorezcan nuestro espíritu misionero. En cada cristiano hay un corazón de apóstol. Es necesario avivarlo. Es necesario darle alas y medios de expresión. Es necesario “enviarlos a la misión”: darles vosotros de comer, dijo Jesús a sus apóstoles. Este es el mejor servicio que podemos prestar al mundo. / Fuente: Catholic.net