POR P. OCTAVIO ORTIZ | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Septiembre de 2011

Responsabilidad personal

Uno  de los temas de fondo de este domingo, y sobre el cual nos gustaría meditar, es el de la conversión del alma a Dios. En efecto, el texto del profeta Ezequías hablándonos de la responsabilidad personal, quiere mostrarnos que cada uno tiene el grave deber y la hermosa responsabilidad de convertir su alma a Dios. La retribución de nuestras obras es algo personal. Cada uno será premiado o castigado por sus propias obras, en consecuencia, es necesario que cada uno oriente su vida hacia Dios con amor y se arrepienta de sus pecados (1L, Ez 18,25-28).
En el evangelio esta enseñanza se profundiza ante la predicación del Bautista y ante la llegada del Mesías, Cristo el Señor. No basta obedecer sólo de palabra los mandamientos de Dios, es necesario que las obras acompañen nuestras palabras. Esto es verdadera conversión. Por esta razón, como dice el evangelista, los publicanos y las prostitutas precederán a los maestros de la ley en el Reino de los cielos. Mientras los primeros dijeron “no” a la voluntad de Dios, pero después se convirtieron de su mala conducta; los segundos, creyéndose justos, no sentían la necesidad de convertirse y de hacer penitencia por sus pecados. Con sus palabras decían “sí” a Dios, pero sus obras eran distintas. ¡Qué grande peligro el de sentirse justo y no necesitado de arrepentimiento! (EV, Mt 21, 28-32). La carta a los filipenses, por su parte, nos ofrece el modelo del cristiano: la humildad y el abajamiento de Cristo el Señor que cumple en todo y fielmente la voluntad del Padre. (2L, Fil 2,1-11).
Cada día debemos convertirnos un poco más al Padre de las misericordias. En efecto, al entrar dentro de nosotros mismos advertimos la “inadecuación” entre nuestro ser, nuestra identidad como hombres y como cristianos, y nuestro obrar diario. Observamos cuán frágiles y necesitados de perdón y misericordia estamos. Pues bien, una ruta óptima para realizar este camino de conversión es el diario examen de conciencia. Se trata de reservar unos minutos a la mitad de la jornada o al final de la misma, para examinar nuestro itinerario en la vivencia de nuestros compromisos; para revisar la andadura de nuestro amor, de nuestra entrega a los demás, del cumplimiento de nuestros deberes.
La falta del sentido del pecado, que es uno de los grandes males de nuestra época, se debe, en parte, a esta incapacidad para entrar dentro de nuestro corazón y ver que, junto a cosas muy buenas, hay también desamor, infidelidad, menor correspondencia al amor de Dios.
Ojalá sintamos que el amor de Cristo nos apremia. Ojalá sintamos el sufrimiento ajeno como propio. Ojalá descubramos que son, casi sin límites, las posibilidades que hay en nuestras manos de hacer el bien. /Fuente: Catholic.net