En quince meses de gestión del cambio ofrecido por Gustavo Petro no hemos experimentado sino despropósitos, improvisaciones y caprichos que tienen en vilo a la nación, generan angustia y parecen más una apuesta por una conflictividad doméstica e internacional que comprometen nuestro futuro. No han sido suficientes las advertencias de la mayoría de los sectores de la ciudadanía, ni su concreción en el rechazo manifestado el 29 de octubre, para disuadirlo de su afán destructivo, de la energúmena relación con sus críticos, ni del tozudo empeño de enclaustrarnos en concepciones políticas prescritas por sus rotundos fracasos en décadas pasadas.
Estrechar relaciones con la Venezuela de Maduro y la Cuba de los Castros, lo acercan hoy a la Nicaragua de Ortega, con implicaciones para la integridad del mar colombiano y la defensa de nuestros derechos de pesca, y lo mueven a acercamientos sin retorno con los regímenes dictatoriales, en un escenario internacional convulso e incierto que, valiéndose del conflicto desatado por el terrorismo de Hamás contra la existencia de Israel, amenaza la paz orbital y la supervivencia de los regímenes democráticos.
Con el falaz argumento de que “los países progresistas deben luchar por preservar el derecho internacional humanitario para impedir que la barbarie se expanda en el mundo”, Petro se acerca a la causa de la extinción de Israel y busca sumarse al nuevo orden mundial que propugnan China y Rusia, con la desmesurada pretensión de liderar y sumar un eventual contingente de estados latinoamericanos, delirios ajenos a la razón y a los intereses nacionales y de las naciones concernidas.
Ello explica la reciente manifestación de abstenerse de comprar armas a países que votaron en las Naciones Unidas en contra del cese al fuego en Gaza, o se abstuvieron de hacerlo. Sorprendente e inusual conducta como que, de ellos, Estados Unidos e Israel, nuestros principales proveedores de sistemas, armas y equipos de nuestras Fuerzas Armadas, votaron negativamente, y mantenemos en la lista de adquisiciones a Canadá, Reino Unido, Alemania, Francia y Países Bajos que optaron por la abstención. De hacer realidad las palabras de Petro, nuestros proveedores serían Rusia, China, Irán, Corea del Norte y Turquía, con evidente detrimento de nuestros intereses e inconveniente dependencia política, porque supone cambios sustanciales en doctrina, alianzas y realidades geopolíticas, que no resultan compatibles con nuestra condición de socio global del Tratado de la Otan y afectarían significativamente la política antinarcóticos, las acciones antiterroristas, el manejo del orden público y la contención y desmovilización de las organizaciones criminales en armas, indispensables para la seguridad nacional.
Pero todas estas evidencias pueden ser ignoradas por Petro, si su verdadero objetivo es el de eternizarse en el poder, como lo han hecho sus eventuales nuevos socios, objetivo al que parece no haber renunciado valido de la incredulidad de muchos de los sectores de la vida nacional, que se niegan a reconocer los peligros que han culminado en el sometimiento de pueblos hermanos, en tiempos y escenarios no tan propicios como los que ahora experimentamos. La historia nos enseña que son experiencias de improbable o tardío retorno, pero de daños profundos e irredimibles.