Por una revolución espiritual | El Nuevo Siglo
Domingo, 17 de Septiembre de 2023

El espíritu democrático se ha de concentrar en el respeto a los derechos humanos y se debe centrar en las personas. En este sentido, una buena gobernanza está pendiente de todos y necesita de la virtud, fortaleciendo las instituciones, supervisando y rindiendo cuentas en toda ocasión. Ciertamente, el momento presente no ayuda, pero aunque haya presiones diversas que constriñan el espacio cívico, siempre nos queda el sueño de convencer y de vencer con el diálogo, cimentado en la humildad.

Sabemos que la coyuntura no es fácil. Son muchas y variadas, las contemporáneas divisiones dramáticas del mundo. Por eso, nos interesa el camino del acercamiento, la aclaración de situaciones, sobre todo para hacer las paces y cultivar la aspiración democrática, fase de nuestra propia historia humana, encaminada a transitar armónicamente y con iguales posibilidades. La violencia brutal, el empeoramiento de la pobreza, la ausencia de implicación de los Estados sociales y democráticos de derecho, nos están dejando sin esperanza, lo que nos exige reconquistar continuamente, tanto el fervor por la libertad como por la dignidad humana.

Hoy más que nunca, necesitamos sustentarnos en la aspiración democrática de construir puentes de entendimiento, un ideal universalmente reconocido y uno de los valores y principios fundamentales de las Naciones Unidas. Los humanos tenemos que aprender a sentirnos familia, a luchar contra ese legado de esclavitudes que todavía persisten a través de la desigualdad y los sistemas penitenciarios opresivos. Por cierto, en la independencia de la prensa es donde radica la base sobre la que se apoyan la democracia y la justicia. Crear opinión e interpretar al poder con la evidencia, concurre a conciliar los ánimos y a fomentar el análisis entre los pueblos, cuyas energías físicas, morales y espirituales suelen ser disipadas en demasiadas ocasiones por la crueldad y la destrucción.

La desinformación o la información tergiversada nos envenena, polariza a las comunidades y erosiona la cordialidad en los organismos democráticos. Olvidamos, para desgracia de todos, que el derecho a la vida es fundamento de la autonomía y del vínculo fraterno. Reconstruir, en consecuencia, una cultura de la vida resulta especialmente urgente. Por otra parte, todas las gentes tienen el derecho a vivir y a hacerlo con plena nobleza.

Indudablemente, tenemos una misión encomendada para llevarla a buen término, que no es otra que la reconciliación entre sí, lo que conlleva la paz en la tierra, de la que estamos tan necesitados actualmente. Las políticas de división, sustentadas en la falsedad y en el veneno del odio, así como las de distracción y entretenimiento que generan confusión a más no poder y riadas de desconciertos sin cesar, aparte de que impidan tomar medidas en conjunto ante el choque permanente entre países, dificulta entenderse para hablar de quietud en un orbe sumamente enfrentado. Tan solo una nueva consciencia de la rectitud del ser humano y de sus derechos inalienables, nos reconducirá hacia ese bien común universal y hacia un nuevo orden moral internacional.

Las políticas de ahora han de volverse más poéticas, o si quieren, con menos intereses mundanas. Todo está en relación, lo que requiere un fuerte grado de honestidad en los movimientos, en la imparcialidad de los sistemas jurídicos y en la transparencia de los procedimientos democráticos. Bajo estas premisas, también se requiere un buen talante y una nítida disposición para resolver las controversias con medios pacíficos. Bajo este paraguas, sí que podremos educar para la concordia, mediante el obrar de una espiritualidad que fomente la recíproca comprensión.  ¡Ojalá encontremos el camino y nos reencontremos armónicamente latiendo unidos!

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