Los abogados llaman presunción a aquellos hechos que la ley tiene por ciertos sin necesidad de que sean probados, y distinguen entre presunciones de derecho (que son incuestionables) y presunciones de hecho (que pueden ser desvirtuadas). Buena parte del quehacer litigioso de los abogados consiste precisamente en eso: en desvirtuar presunciones de hecho para hacer emerger la “verdad procesal”. Por fortuna, en el análisis de los asuntos internacionales no existen presunciones de derecho, lo que impone la necesidad -incluso el deber- de cuestionar aquello que habitualmente se da por sentado a la hora de intentar explicar lo que pasa en el mundo.
La guerra entre Israel y Hamás (¿habrá alguien que la llame simplemente ‘crisis’, como llama China a la guerra en Ucrania?) invita a cuestionar algunas presunciones, más o menos arraigadas y unas más recientes que otras, sobre el conflicto israelo-palestino y sobre la paz y la seguridad en Oriente Medio. Hacerlo ayuda al análisis, y podría ayudar también a quienes hoy toman posición y decisiones y las tomarán mañana. Aquí va una lista rápida, incompleta, y por lo tanto desordenada, de algunas de ellas.
La presunción de que la cuestión palestina puede permanecer aparcada en la indefinición y relativamente irrelevante, mientras se avanza en la normalización de las relaciones entre Israel y el mundo árabe.
La presunción de que Hamás -una organización terrorista, islamista, teocrática y represiva- representa hoy, de alguna manera, la causa de la liberación palestina. Una presunción que parece haber ganado terreno entre algunos sectores de izquierda que hacen la vista gorda ante la evidente contradicción entre lo que dicen defender y el programa y la conducta de Hamás.
La presunción de que basta seguir invocando la “solución de dos Estados” para reactivar el proceso que hubiera podido conducir a ello, sin que primero se resuelva el “problema de los tres Estados”: Israel, la Palestina de Fatah, y el Estado de facto establecido por Hamás en Gaza desde 2007.
La presunción de que el antisemitismo está relativamente confinado a algunos grupúsculos intrascendentes. Durante los últimos días ha quedado demostrado que el antisemitismo pervive en el ADN de muchos, con mutaciones sutiles y con edulcoradas expresiones que no lo hacen menos peligroso, sino todo lo contrario.
La presunción -hace rato revaluada por los más serios estudios, y sin embargo aún socorrida- de que el terrorismo no es más que el acto reflejo de poblaciones agraviadas, antes que el resultado de una calculada elección estratégica de quienes lo emplean.
La presunción de que la indigencia que padece la mayoría de gazatíes -pero no los líderes de Hamás, que medran con la corrupción y desvían millonarios recursos de la cooperación internacional para alimentar su aparato militar- es sólo el resultado del bloqueo israelí, cuya causa eficiente no es otra que el propio Hamás.
La presunción de que China tiene la voluntad y la capacidad para involucrarse constructivamente, y más allá de sus intereses inmediatos, en las más graves coyunturas globales. Y la de que entelequias como los BRICS son, al menos por ahora, algo distinto a meros acrónimos en la escena internacional.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales