Los periodistas conocen la importancia de estas preguntas a la hora de buscar las respuestas necesarias para contar, bien contada, una noticia. El politólogo Richard E. Neustadt ha sugerido, además, que combinadas con la “regla de Goldberg” (“No pregunte '¿cuál es el problema?', pregunte '¿cuál es la historia?'. Así descubrirá cuál es realmente el problema”), pueden contribuir a tomar decisiones correctas o, por lo menos, plausiblemente adecuadas.
Tras su aparente simplicidad, estas preguntas ayudan a desvelar las aristas que definen las complejas situaciones que el periodista debe investigar y el tomador de decisiones resolver. Podrían servir, igualmente, para producir mejores análisis de la política internacional, cuyo desarrollo -como el de la política en general- no es sino el resultado de la interacción encadenada de situaciones y decisiones sucesivas.
Tras tres décadas de expectativa y resistencia, la República de Nagorno-Karabaj ha entrado en liquidación y el 1 de enero de 2024 dejará de existir. El “conflicto congelado” e intermitentemente “recalentado” que, entretanto, enfrentó a Armenia y Azerbaiyán (en cuyo territorio se encontraba enclavado el cuasi-estado de población mayoritariamente armenia), parece haberse resuelto a favor de los azeríes. Parece, porque en el mundo de hoy las guerras difícilmente se ganan; a lo sumo mutan, y por cuenta de sus mutaciones, se prolongan. Vaya uno a saber si los azeríes tienen ahora en la mira el corredor de Zangezur -una incómoda franja de territorio armenio que separa Azerbaiyán del exclave de Najicheván-, del que ahora está prácticamente desconectado. Enclaves, corredores, exclaves: ingredientes de una geopolítica volátil que conocen muy bien los historiadores.
En diciembre pasado, Armenia anunció su intención de ratificar el Estatuto de Roma, con lo que se convertiría en el Estado número 124 en reconocer la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Las tensiones de septiembre de ese año en Nagorno Karabaj sirvieron de telón de fondo, y los recientes acontecimientos podrían ser el acicate definitivo para que la intención se convierta en decisión.
Un amplio inventario de crímenes de guerra y de lesa humanidad perpetrados en Nagorno Karabaj ha sido ya documentado, y aunque la CPI no tendría jurisdicción allí -pues Azerbaiyán no es parte en el Estatuto de Roma- las consecuencias continuadas de algunos de ellos, en relación con la población armenia que huye masivamente ante el temor de una posible limpieza étnica, podrían abrir la puerta a una intervención del tribunal. Además -y vista la suerte de Putin, sobre quien pesa una orden de arresto emitida por el fiscal Khan-, la sombra de La Haya podría ofrecer a Armenia alguna salvaguardia frente a las ambiciones de Ilham Aliyev, el presidente azerí.
Se dirá, con razón, que la ratificación de un tratado no basta para disuadir a un agresor ni para contener una guerra. Tampoco un golpe de dados abolirá el azar, pero es imprescindible para seguir jugando. ¿Por qué Armenia parece decidida a lanzar esos dados, y no otros? ¿Por qué ahora? ¿Cómo usará el resultado del lance? ¿Y cómo jugará Azerbaiyán el próximo turno? La cuestión es esta.
PS. Los rusos, obviamente, consideran el eventual lance armenio como “extremadamente hostil” en estos momentos.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales