Hace dos años, por recomendaciones médicas debí cambiar de estilo de vida, y prestar por fin atención a una deteriorada salud.
Un buen amigo me introdujo en el mundo del ciclo montañismo , y encontré con ello, además de bienestar, dos cosas que había perdido: libertad y anonimato.
El año anterior nos llegó la invitación a participar del evento en favor de nuestros soldados, denominado “Pedalea por tus héroes”, bella causa que busca recursos para el bienestar de aquellos que ofrendan su vida por defender la nuestra. Nos gustó tanto que quisimos regresar, sólo que ésta vez nos inscribimos, no en la ruta corta de 40, si no en la larga de 65 km.
El Comandante de la Octava Brigada, coronel González, estuvo al frente de la organización del certamen, el cual convocó a cerca de 1.000 deportistas provenientes de todo el país.
A las 7:30 A.M del pasado domingo, luego de dar la partida a las otras categorías, se dio el banderazo a la nuestra, pomposamente llamada Master C, por lo de catanos o cuchos talvez, pues era la de mayores de 50 años.
El inicio fue un paseo agradable, rodando por una avenida principal de Armenia, terreno plano y asfaltado. ¡Una delicia!
La dicha duró poco, pues fuimos desviados a una carretera destapada , en la que la lluvia de la noche anterior había hecho sus estragos, y muy pronto, las hasta entonces relucientes bicicletas , estuvieron completamente llenas de barro.
La información suministrada acerca de la altimetría de la etapa, hacia presagiar que si bien tendría alguna montaña, sería más bien un recorrido fácil. ¡Qué lejos estábamos de la realidad! A cada fuerte subida, le sucedía una atroz bajada por senderos, unas veces pedregosos y otras pantanosos. Y así sucesivamente, suba y baje . No sobra decir que llegué a temerle más a los abruptos descensos que a las inclementes cuestas.
Los soldados estuvieron presentes, dispersos a ciertas distancias, para dar ánimo a los competidores con sus sentidas arengas. También, en muchos sitios hubo puestos de hidratación y comestibles para los participantes.
En ciertos puntos de la trocha había indicaciones hacia la izquierda para seguir la ruta corta de 40, o a la derecha para la larga de 65 km. Confieso que más de una vez estuve tentado de abandonar la mía y tomar la más breve, en especial cuando me sobrevinieron los primeros calambres. Sin embargo, pensé que pronto pasarían. Ya para entonces estaba solo, no tenía a ninguno de los compañeros con los que me había inscrito. Ahora estaba en medio de interminables montañas y grandes profundidades, de numerosas quebradas y riachuelos, de guaduales y cafetales. De vez en cuando alcanzaba o me alcanzaba algún desconocido pedalista, igual de masoquista que yo.
En cierto punto, un miembro de la Defensa Civil, me ayudó a calmar los calambres con una palanca de estiramiento muscular, a la que recibió como respuesta un par de madrazos que involuntariamente salieron de mi garganta, crudos y sonoros.
Al agradecer y excusarme con el buen samaritano, retomé los cada vez más difíciles ascensos y al poco tiempo retornó mi suplicio. De nada sirvieron los cuatro bananos, las bebidas energizantes, la sal bajo la lengua, ni las barras de granola que ingerí.
Le ofrecí a Dios ese esfuerzo como sacrificio y comencé un diálogo con Él: “Señor, si algo te debía, con esto te pago y me quedas debiendo”. Me reí con la herejía, y después pedí perdón. Nunca será suficiente el agradecimiento para tantas bendiciones recibidas.
Instintivamente comencé a rezar para distraer mi mente y mi cuerpo de los calambres, y me di cuenta que la estrategia funcionaba. Creo que recé lo que en toda mi vida habré hecho. Al final, era tal el cansancio y confusión, que juntaba partes del Padrenuestro con frases del Avemaría.
Como pude llegué a la meta después de siete horas en las que casi alcanzo la Santidad.
Descendí de la bicicleta y me dije que no lo volvería a hacer, por más loable que fuera la causa de nuestros héroes.
Media hora después, había resuelto que si Dios quiere, ahí estaré de nuevo el año entrante.